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miércoles, 22 de diciembre de 2010

El nido



Recuerdo aquella trastienda que nos traíamos de niños con los nidos. Era todo un grado, un privilegio, conocer algún nido, y claro, no podía ser de golondrina, vencejo o incluso pardal, que esos abundaban y se encontraban fácil, tenían que ser de “pucherín”, de “tapadera”, de jilguero o cualquier otra raza que escaseara, entonces se enseñaba como el mayor de los tesoros, contándolo sólo a los más amigos, y con muchísimo cuidado se seguía el proceso desde el huevo al polluelo, aunque solía acabar en nido aborrecido. Cosas de niños. Hace poco, y aparentemente no tan niño, me ha tocado quitar un nido. Uno grande y pesado y de un admirado “pájaro”: la cigüeña. A causa del inminente y grave daño a la torre del Santuario del Campo, se optó por retirarlo, por desalojar a la cigüeña de su casa, lo que hoy en día, por desgracia con frecuencia, se conoce por un lanzamiento, pero con derribo incluido. Con gran pesar realicé la tarea, tengo que decirlo, y pude estudiar la composición de aquel nido, y después admirar la habilidad y el tesón de éstas aves para acarrear tal cantidad de palos, hierbas, trapos, cuerdas y tierra, mucha tierra, para construir su casa, para siempre mientras vivan, incluso defendiéndola de otras aves, porque ellas se van, pero vuelven al mismo sitio en las mismas fechas: “Por san Blas la cigüeña verás, y si no la vieres, mal anduvieres”. El nido estaba apoyado en una vieja y estéril cepa de vid, en lo que se conoce como un bravo. Una planta que vivía en perfecta armonía con su vecino, ella lo sujetaba sobre la difícil e inclinada superficie de la torre, y él le proporcionaba nutrientes y humedad para vivir con comodidad entre el cemento y las piedras de la mampostería. La naturaleza tiene estas maravillas, el orden en el caos, y por encima de todo, la supremacía de la vida. Y como colofón, el verdadero motivo de éste artículo. Cuenta una leyenda vidrialesa, que la Virgen del Campo se le apareció a unos labradores que cumplían con su labor en el campo, precisamente de ahí le viene el nombre, la advocación. Un detalle que recordaban de aquel extraordinario suceso era que la aparición fue al lado de un “chagüazo”, un arbusto sin mas valor que el de servir para el fuego. Recién construido el santuario, dicen, un fiel chagüazo nació en la torre para seguir proporcionando sombra a su protegida. En esta hermosa historia, el chagüazo era el bravo que sostenía el nido, que junto con él fue arrancado por el referido daño a la torre. Sé que volverá a nacer, su lealtad no la detendrá ni el duro cemento. Espero verlo pronto.


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