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viernes, 7 de enero de 2011

¿Esto ya era violencia de género?


Nuestra sabiduría popular atesora indiscutibles joyas, fruto de la transmisión oral, casi siempre entre los miembros de la misma familia, en los largos ratos al amor de la lumbre, o al sereno, en las sosegadas tertulias de las plácidas noches de verano. A estos mágicos momentos hay que añadir ejercitadas memorias y un abundante deseo de conocer, de aprender una nueva historia para irse a la cama con esa agradable sensación del buen rato pasado en grata compañía, y la imaginación repleta de las situaciones y los momentos descritos con tanto detalle. Una de estas joyas, la que relato a continuación, es una antigua copla, que cuenta la historia de una pareja que propone casarse y antes valoran sus respectivos ajuares. Hace muchos años se la oí contar a mi abuela Avelina, y me la ha recordado recientemente, por casualidad, el señor Felipe Carrera, de Bercianos, quien a sus 85 años, la ha recitado sin dudar, sin fallos, como mi abuela, porque ya dice otra forma de saber popular, el refrán, “lo que bien se aprende, mal se olvida”.

Por gastar papel y tinta
y además por pasatiempo
les voy a contar la historia
de dos novios de mi pueblo.
Él Juan lanas conocido,
y por apodo "El becerro”,
sus piernas eran torcidas,
era cojo y también tuerto.
De trabajar no entendía
porque era blando de huesos,
con un pedazo de pan
se pasaba el día entero.
Ella se llama Juana
y era nieta de su abuelo,
más fea que el no tener
que tenía un ojo seco.
Era chata en demasía
y su cuerpo tan mal hecho
parecía una morcilla
y un chorizo extremeño.
Un día, en matrimonio
le vino a Juan el deseo,
y poniéndose a pensar
pronto encontró el remedio.
Pensó en Juana y al instante
la hizo saber su deseo.
La dijo pues,- Juana escucha
mi atrevido pensamiento,
mis planes voy a decirte
pues me canso de andar suelto.
Juana, si has pensado casarte,
tengo el mismo pensamiento
y a que seas mi mujer
si quieres estoy resuelto,
poco hemos de perder
tú y yo en este cuento,
tú eres pobre y yo soy pobre,
tú eres tuerta y yo soy tuerto,
con que dime si te conviene,
respóndeme y acabemos.
-Pero primero hay que pensar
y saber qué es lo primero,
cómo vamos a vivir
y ver el ajuar que tenemos.
-Hablas como un libro, Juana,
a nombrar mi ajuar empiezo
que sin duda como el tuyo
será poco más o menos.
Tengo para la cocina
dos cazuelas y un puchero,
las cazuelas están rajadas
y el puchero lo mesmo.
Tengo una sartén pequeña
y otra grande con aujeros,
dos platos desportillados
y un cazo roto, muy viejo.
Poseo una silla coja
y un banquillo sin asiento,
pero no los necesito
porque me siento en el suelo.
De botellas y de vasos
es preciso que no hablemos,
cucharas y tenedores
no tengo más que los dedos.
Tengo una camisa rota,
y otra vieja también tengo,
que la pobre está sin mangas
y le falta el delantero,
se le ha perdido la espalda
y también le falta el cuello.
No te llames pues a engaño,
ya sabes lo que poseo.
- Conozco, Juan, sin dudar
por lo que me vas diciendo
que eres más rico que yo,
ya verás que no miento.
Tengo una saya de tela,
pero con tantos remiendos
que no se puede saber
cuál fue su color primero.
Tengo un jubón destrozado
que por viejo no lo llevo,
pues más agujeros tiene
que ventanas un convento.
Camisas, quién las conoce Juan,
tú tienes dos por lo menos,
que si por buenas no valen
valdrán para el trapero.
Tengo una cama muy grande,
donde seis caber podremos
y hasta ocho si es preciso
porque mi cama es el suelo.
Me tapo con una cosa,
que fue manta en algún tiempo
pero está tan destrozada
que apenas me cubre el cuerpo.
De calzado y de medias
es preciso que no hablemos,
llevo, por no tener otras,
las que mis padres me hicieron.
Ni sé hilar ni hacer calceta,
ni sé guisar un almuerzo
pues con mendrugos de pan
de continuo me alimento.
Este es mi ajuar,
según es te lo presento,
como no tengo otra cosa
acéptalo como bueno.
- Juana, si pensé casarme,
fue sólo con el intento,
de dormir un poco blando
y acomodado el pellejo,
en un colchón, aunque malo,
pero por lo que estoy viendo
ni colchón, ni jergón ni manta,
ni nada bueno tendremos.
Yo creí que eras mujer
algo hacendosa por cierto,
no te creí tan perdida,
aunque perdido me veo
unido a una desmangada,
inútil de cuerpo entero.
Tú en tu casa, si la tienes,
yo en la mía, si la tengo
vivimos pues separados,
¡pues pa mujer no te quiero!
- Qué dices, tu Juan sin tierra,
¿que no quieres que nos casemos?,
pues que sea enhorabuena
si libre de ti me veo
porque eres un vagabundo,
mal trabajador y feo,
y llevas más sebo encima
que hay en casa de un velero.
No eres más que media luz,
tienes sólo un ojo abierto
y llevas más alifato
y más moquillo que un perro.
- Calla, qué dice la hermosa,
cara de perro podenco,
narices de apagavelas,
eres un monstruo salero,
en la joroba que llevas
te pareces a un camello.
Para arreglar ensaladas
son tus dos ojos muy buenos,
el malo mana vinagre
y aceite mana el tuerto.
Eres un nido de pulgas
y también de otros insectos
que te hacen rascar aprisa,
y en rascar pasar el tiempo.
— Mira quién habla, buen mozo,
que siempre está en movimiento
rascándose las costrillas
que tiene lleno el cuerpo,
también la sarna perruna,
de que es un almacén lleno,
¿Yo mujer tuya? Ni en chanza.
¿Juntarme a ti? Ni pienso.
Vaya a paseo el mandrí.
Adiós pues, sarnoso perro.
Dios te dé malas tercianas,
sabañones y diviesos.
- Todo lo que me deseas,
fea Juana, te deseo
además un tabardillo
de mala clase, manchego.
Tu piel no es piel de persona,
que es de un geniudo abadejo.
Quédate con Dios pichona,
carita de un gato viejo,
que tienes pelo de zorra
y una barrica en tu cuerpo.
Terminaron las palabras
y empezaron el jaleo
entre patadas, puñetazos,
pellizcos y otros sucesos.
Y gracias a los vecinos,
que a los gritos acudieron,
y pudieron separarlos
después de muchos esfuerzos.
Salieron la pobre Juana
con la metá menos pelo,
toda la cara arañada
y un golpe en el ojo bueno.
El Juan salió como pudo,
con mucha sangre en el cuello,
pues la uñas de su novia,
en él desgarros hicieron.
El que quiera que lo crea
y el que no tiene un remedio,
que tome el tren cuando guste
y vaya a mi pueblo a saberlo.
Si alguno va, buen viaje,
que yo en mi casa me quedo.
Salud y muchas pesetas
que aquí se acabó este cuento.

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