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domingo, 30 de enero de 2011

La piedra de majar el lino


En la calle Castillo, a la derecha según se sube desde la iglesia, vivía el señor Guillermo Alonso, y al lado de las puertas de su casa tenía una enorme y lisa piedra, como a las puertas de otras muchas viviendas, y su primitiva función era la de soporte para majar el lino. Una actividad necesaria, la cosecha del lino, por las aplicaciones en el campo textil en las zonas rurales, a la vez que muy trabajosa, hasta convertir una áspera planta en una amorosa tela. Ya dedicaremos otro tiempo a éste tema, ahora solo nos quedaremos con la piedra. Era bastante grande, aproximadamente de 1.3m de larga, 1m de ancha y 25cm de gruesa, lo que suponen varios cientos de kilos. Sobre ella se detenían a descansar vecinos, viandantes o forasteros, como un cajonero que regularmente acudía a Ayoó a vender su mercancía. Se le llamaba así a aquel vendedor ambulante porque transportaba un enorme cajón de madera colgado del hombro con una gruesa correa de cuero. Aquel cajón tenía multitud de pequeños cajoncitos, y en cada uno de ellos, ordenado, un tipo de género, que venía ofreciendo por las puertas con una inconfundible tonada: ¡¡Peines, pendientes, cuchillas de afeitar,… jabón de olooooooor!!. En cada viaje el cajonero se detenía sobre la piedra de majar de Guillermo y allí mostraba sus artículos y cerraba sus ventas. Una de las que más éxito tenía eran las “gafas para vista cansada”. Recetaba y despachaba en segundos lo que un buen oculista tarda media hora larga. Una eminencia, aquel cajonero. Y es que algo tenía aquella piedra que llamaba la atención e invitaba a sentarse. Quizás su pulida superficie, o su forma robusta, o su veteado color marrón claro. O la intriga que producía el misterioso mensaje escrito en uno de sus lados: “Si me revolvieras vieras”. Algo ocultaba aquella mole debajo que provocaba los más dispares comentarios. “Si me revolvieras vieras”. Allí podía estar la solución a los problemas, o la llave de la felicidad, o… cualquier desgracia, como opinaban los más pesimistas. Pero claro, ¿quién era el majo que le daba la vuelta?. Cuentan que un día la curiosidad pudo más que la razón, y varios mozos de los más brutos, después de un gran esfuerzo consiguieron ponerla del otro lado, y allí estaba la solución. La piedra era exactamente igual, con el mismo color, tamaño y superficie solo que tenía escrito otro mensaje: “Ahora que me revolviste viste. Gracias por lo que has trabajado, que ya estaba cansada de estar del otro lado”.
P.D.- La historia del mensaje de la piedra la cuento como me la han contado. No animo a nadie a comprobar su veracidad, si no simplemente a seguir transmitiéndola tal cual, y a sonreír y disfrutar, que es muy recomendable y para eso están éstas historias.

Los desaparecidos negrillos




Casi todos los pueblos de altitud y humedad del suelo similar a Ayoó han perdido un habitante. Imperceptiblemente, quizás, haya sucedido y, lo que es peor, no hagamos nada para remediarlo. En otro tiempo se añoraría su ausencia, porque este discreto habitante, el negrillo, era usado… o mejor, necesitado, para carpintería, por ejemplo en las braceras de los carros de vacas o en máquinas agrícolas por su dureza, y por su elevada resistencia a la humedad como viga en el lagar de nuestras cuevas, entre otros usos. Parece ser que un inmundo bicho no contento con comerse sus hojas y su madera lo infecta con un hongo que tapona su vital savia y lo seca en pocos meses. Ahora solamente los árboles jóvenes, los brotes nuevos, nos enseñan su característica hoja dentada en el borde y con suave bello en el envés. Este majestuoso árbol que podía alcanzar los 30m. de altura ha dejado de verse sobre todo en los arrabales y con él se fue el dorado otoño que sus hojas coloreaban, al igual que los robles, solo que éstos, mas ariscos, solo embellecen el monte. A lo mejor, si volvemos a construir carros como antaño, o cambiamos nuestra moderna prensa hidráulica por la natural y eficaz palanca de la cueva, buscáramos el remedio para su enfermedad. Pero creo que nos preocupa mas envenenarnos con inventos transgénicos o hacer apología del ecologismo sin mover una hoja, que queda bonito, y mirar para otro lado, porque el negrillo ya no es útil y con ignorarlo le podemos aplicar esta especie de eutanasia. Yo, cuando veo un negrillo, me detengo, lo admiro y saludo, y sufro con él, con su desaparición por tan temprana muerte. Mi memoria me recuerda que gran parte de mi niñez transcurrió a su sombra. En Ayoó tenemos varios intentos que por el comentado problema acaban en árbol seco. Hay uno que veo con frecuencia, que además cada dos por tres queman las zarzas que prosperan a su alrededor y aumentan su agonía. También puede ser que “lo que no te mata te hace más fuerte” y nuestro negrillo sobreviva como un fénix de sus cenizas. Va a ser que no. Al negrillo, sinceramente, lo hecho de menos.

sábado, 29 de enero de 2011

Los tejados de ripia y teja árabe



Es conocido y notorio el efecto “cueva” de las casas antiguas, templadas en invierno y frescas en verano. Dicho de otro modo, mantienen constante su temperatura interior, al margen de las inclemencias del tiempo. Varios son los motivos: ventanas y puertas escasas y pequeñas, techos bajos y suelo semienterrado o poco rellenado, anchas paredes de piedra o tapia que aíslan perfectamente del exterior y que además almacenan la temperatura ofreciendo un clima constante, y tejados de ripia y teja árabe, entre otros motivos. Éstos últimos, los tejados, sobre todo los de más de 100 años, se mantienen indemnes si se ha tenido la precaución de recorrerlos, que así se llama la acción de limpiarlos y quitarle las goteras, cada media docena de años. Con asombro se suele descubrir al escombrarlos que las puntas o los clavos para unir las maderas que conforman su estructura son pocos o nulos. La mayor parte son ingeniosas uniones de madera con madera, y en el resto retorcidos encaños de pajas de centeno sin semilla, enriados para permitir flexibilidad, manteniendo sus cualidades en el tiempo.



Sobre la estructura de madera de las cerchas o burros y correas o tercias se colocaban las latas, (que nada tienen que ver con las conservas), que son delgadas ramas, generalmente de pino, colocadas siguiendo la inclinación del tejado desde el cumbrero, o tercia que divide las aguas del tejado, al alero, donde éste voladizo evita que el agua se vierta encima de la pared. Por cierto, las latas generalmente eran adquiridas en la Cabrera, transportadas con carros, o bien eran los mismos vendedores los que se desplazaban a los mercados con ellas, como a los anuales del campo de Rosinos o de las ferias de Santibañez. Encima de las latas extendían una capa de varios centímetros de ramas de jara, o más raramente urz, llamada ripia, y ya sobre ésta, asentadas con barro, las tejas. Hay un método, muy poco usado por inestabilidad, de colocación de tejas, la teja vana, o “a teja seca”, en el que se prescinde del barro. Las tejas son piezas acanaladas, algo más estrechas en un extremo que en el otro, deben de ser compactas, sin caliches, y no deben absorber mucha agua. Al golpearlas su sonido tiene que ser metálico y su color rojo oscuro como señal de buena cocción.



Hay tres tipos: canales o camas, cobijas o caballetes y limas. La diferencia es la curvatura, hecha a mano teja por teja, para favorecer la unión con la siguiente. Las camas tienen el lomo ligeramente aplastado y los caballetes arqueado. Las limas son sólo tejas mas grandes para permitir mas caudal. La colocación de las tejas se efectúa de abajo a arriba, y a poder ser de izquierda a derecha. Primero se asienta una fila de camas, con la concavidad hacia arriba, tapando cada una la tercera parte de la de abajo. Luego una segunda fila, y en el alero, entre las dos, una media teja partida longitudinalmente, lo que se llama la boquilla. Se rellena el espacio que queda entre las filas con trozos de madera o teja y extendiendo encima una capa de barro de asientan los caballetes, y así sucesivamente el resto de tejado. Una vez cubiertas de tejas todas las pendientes se procede a colocar el remate, una última fila de tejas caballetes, las más grandes de la hornada, uniendo ambos lados: el cerral. Y a las puntas de esta fila se solía colocar un trozo de teja de 5 ó 6 cm apuntando al cielo. En el argot tiene varios nombres: pajarera, por la tendencia de estas aves de posarse encima, o también gallo, quizás por la similitud con la parte delantera, el pecho, de este animal. Para terminar, algunas curiosidades. Las tejas se compraban por carros, no por unidades, aunque cada carro constara de 333 tejas (tres carros, más una teja, mil tejas). En el tejar, era corriente probar su dureza, no olvidemos que están hechas artesanalmente y cocidas en rudimentarios hornos de leña. Para ello se coloca la teja boca arriba en el suelo, en un lugar libre de piedras, y una persona normal se puede subir encima con un pié en cada ala. La teja que está bien cocida no sólo tiene que soportar el peso, si no que debe de permitir el balanceo sin romperse. Las tejas más famosas por su calidad eran, y son, las de los tejares de Quintana y Congosto, pueblo leonés del valle de Jamuz.
Uf, que lío, a lo mejor me he pasado con mi clase de albañilería. El caso es que siento especial predilección por este material de construcción hoy totalmente abandonado y en desuso. Junto con otras actividades, como las agrícolas o ganaderas, los tejados han cambiado, las paredes ya no son las mismas y los pueblos en su conjunto son un feo batiburrillo, muy lejos de aquella estampa de avenencia y armonía, perdiendo irremediablemente sus señas de identidad. Es lo que hay.


http://eltijoaquin.blogspot.com.es/2013/06/reparacion-con-tejas-arabes.html

martes, 25 de enero de 2011

Mi tributo


Alza la vista, observa,
quienes techan casas viejas,
esas rojas jorobadas,
milenarias, si las dejas.
Las del norte verdugosas,
como nuevas, las sureñas,
a sol y a leña cocidas
color al pueblo le prestan.
Inocentes acusadas,
mal culpadas, de goteras,
su dura vida termina
en una sucia escombrera.
¿Descubriste a quien tributo?
A esas barrosas: LAS TEJAS.
.................................. ETJ

martes, 18 de enero de 2011

El Eria en Vidriales



Desde muy antiguo es conocida la excelente relación de las gentes de Ayoó con las de la Valdería, concretamente Felechares, San Félix, Calzada y Castrocalbón. Curiosamente trato nunca correspondido con la gente del Tera o del Jamuz, igualmente valles colindantes. Amistad, comercio, relaciones que acabaron en matrimonios, … , los mayores hablan de sus vecinos como si de una gran familia se tratara. En aquellos tiempos de lento desplazamiento y, obviamente, largos viajes, además era muy útil disponer de buena amistad en otros pueblos, ya que si la noche acuciaba, se podía disponer de posada gratuita, con mesa y cama en el mejor de las armonías. Y claro, en cualquier tipo de fiestas aquella amistad era sagrada y de obligada presencia. Sin ir más lejos, mi bisabuelo materno Santos, de Calzada, tenía una relación de hermano con un vecino de Ayoó, Miguel García. Amistad retomada y mantenida hasta por los bisnietos de ambos. ¿Casualidad o eternos lazos afectivos?. Por no hablar de los numerosos matrimonios de parejas de ambos valles (y aquí me incluyo). Ya hace tiempo leí un libro del que voy a hacer referencia. (No sé si es legal, tal como están las cosas, desde luego lo hago con la mejor de las intenciones, el mayor de los respetos y además recomiendo su lectura, que es fascinante). “La Valdería en la historia”, de J. Argimiro Turrado Barrio, de Castrocalbón, no sé la editorial. Más de 300 páginas llenas de historia, cultura y tradiciones de nuestro vecino valle. Lo asombroso, y tiene relación con Ayoó, es que según su teoría, en el Mioceno, desde hace 24 millones de años a 5 millones de años, época en la que se depositaron las arcillas, (el barro de nuestras cuevas), el monte Castrión, de Pobladura de Yuso estuvo unido a la sierra de San Felix, por lo que el río Eria seguía su curso hacia Vidriales, en dirección al río Tera. Así se podría explicar por ejemplo los áridos del lecho de Valdelafuente de Ayoó ¿…?. Después, entre el Plioceno y el Pleistoceno, hace 2 millones de años, importantes lluvias abrieron camino por donde hoy está la Valdería desde Pobladura hacia abajo. Por eso la Chana, el Chano y el Maste de Castrocalbón, (ambos lados del valle Valdería), están al mismo nivel, lo que indica que fueron parte de la misma llanura. (Para quienes no conozcan los topónimos, si van a la Bañeza, antes de bajar hacia la gasolinera de Castrocalbón, se aprecia fácilmente el valle como un corte en una planicie, lo que corrobora la teoría de J. Argimiro). Y para terminar, mi conclusión. Si alguna vez compartimos el agua del río Eria, ¿no llevarán nuestros genes algún matiz especial, que nos haya facilitado esta antigua y estrecha relación entre los pueblos de ambos valles?, seguro que si.

viernes, 7 de enero de 2011

¿Esto ya era violencia de género?


Nuestra sabiduría popular atesora indiscutibles joyas, fruto de la transmisión oral, casi siempre entre los miembros de la misma familia, en los largos ratos al amor de la lumbre, o al sereno, en las sosegadas tertulias de las plácidas noches de verano. A estos mágicos momentos hay que añadir ejercitadas memorias y un abundante deseo de conocer, de aprender una nueva historia para irse a la cama con esa agradable sensación del buen rato pasado en grata compañía, y la imaginación repleta de las situaciones y los momentos descritos con tanto detalle. Una de estas joyas, la que relato a continuación, es una antigua copla, que cuenta la historia de una pareja que propone casarse y antes valoran sus respectivos ajuares. Hace muchos años se la oí contar a mi abuela Avelina, y me la ha recordado recientemente, por casualidad, el señor Felipe Carrera, de Bercianos, quien a sus 85 años, la ha recitado sin dudar, sin fallos, como mi abuela, porque ya dice otra forma de saber popular, el refrán, “lo que bien se aprende, mal se olvida”.

Por gastar papel y tinta
y además por pasatiempo
les voy a contar la historia
de dos novios de mi pueblo.
Él Juan lanas conocido,
y por apodo "El becerro”,
sus piernas eran torcidas,
era cojo y también tuerto.
De trabajar no entendía
porque era blando de huesos,
con un pedazo de pan
se pasaba el día entero.
Ella se llama Juana
y era nieta de su abuelo,
más fea que el no tener
que tenía un ojo seco.
Era chata en demasía
y su cuerpo tan mal hecho
parecía una morcilla
y un chorizo extremeño.
Un día, en matrimonio
le vino a Juan el deseo,
y poniéndose a pensar
pronto encontró el remedio.
Pensó en Juana y al instante
la hizo saber su deseo.
La dijo pues,- Juana escucha
mi atrevido pensamiento,
mis planes voy a decirte
pues me canso de andar suelto.
Juana, si has pensado casarte,
tengo el mismo pensamiento
y a que seas mi mujer
si quieres estoy resuelto,
poco hemos de perder
tú y yo en este cuento,
tú eres pobre y yo soy pobre,
tú eres tuerta y yo soy tuerto,
con que dime si te conviene,
respóndeme y acabemos.
-Pero primero hay que pensar
y saber qué es lo primero,
cómo vamos a vivir
y ver el ajuar que tenemos.
-Hablas como un libro, Juana,
a nombrar mi ajuar empiezo
que sin duda como el tuyo
será poco más o menos.
Tengo para la cocina
dos cazuelas y un puchero,
las cazuelas están rajadas
y el puchero lo mesmo.
Tengo una sartén pequeña
y otra grande con aujeros,
dos platos desportillados
y un cazo roto, muy viejo.
Poseo una silla coja
y un banquillo sin asiento,
pero no los necesito
porque me siento en el suelo.
De botellas y de vasos
es preciso que no hablemos,
cucharas y tenedores
no tengo más que los dedos.
Tengo una camisa rota,
y otra vieja también tengo,
que la pobre está sin mangas
y le falta el delantero,
se le ha perdido la espalda
y también le falta el cuello.
No te llames pues a engaño,
ya sabes lo que poseo.
- Conozco, Juan, sin dudar
por lo que me vas diciendo
que eres más rico que yo,
ya verás que no miento.
Tengo una saya de tela,
pero con tantos remiendos
que no se puede saber
cuál fue su color primero.
Tengo un jubón destrozado
que por viejo no lo llevo,
pues más agujeros tiene
que ventanas un convento.
Camisas, quién las conoce Juan,
tú tienes dos por lo menos,
que si por buenas no valen
valdrán para el trapero.
Tengo una cama muy grande,
donde seis caber podremos
y hasta ocho si es preciso
porque mi cama es el suelo.
Me tapo con una cosa,
que fue manta en algún tiempo
pero está tan destrozada
que apenas me cubre el cuerpo.
De calzado y de medias
es preciso que no hablemos,
llevo, por no tener otras,
las que mis padres me hicieron.
Ni sé hilar ni hacer calceta,
ni sé guisar un almuerzo
pues con mendrugos de pan
de continuo me alimento.
Este es mi ajuar,
según es te lo presento,
como no tengo otra cosa
acéptalo como bueno.
- Juana, si pensé casarme,
fue sólo con el intento,
de dormir un poco blando
y acomodado el pellejo,
en un colchón, aunque malo,
pero por lo que estoy viendo
ni colchón, ni jergón ni manta,
ni nada bueno tendremos.
Yo creí que eras mujer
algo hacendosa por cierto,
no te creí tan perdida,
aunque perdido me veo
unido a una desmangada,
inútil de cuerpo entero.
Tú en tu casa, si la tienes,
yo en la mía, si la tengo
vivimos pues separados,
¡pues pa mujer no te quiero!
- Qué dices, tu Juan sin tierra,
¿que no quieres que nos casemos?,
pues que sea enhorabuena
si libre de ti me veo
porque eres un vagabundo,
mal trabajador y feo,
y llevas más sebo encima
que hay en casa de un velero.
No eres más que media luz,
tienes sólo un ojo abierto
y llevas más alifato
y más moquillo que un perro.
- Calla, qué dice la hermosa,
cara de perro podenco,
narices de apagavelas,
eres un monstruo salero,
en la joroba que llevas
te pareces a un camello.
Para arreglar ensaladas
son tus dos ojos muy buenos,
el malo mana vinagre
y aceite mana el tuerto.
Eres un nido de pulgas
y también de otros insectos
que te hacen rascar aprisa,
y en rascar pasar el tiempo.
— Mira quién habla, buen mozo,
que siempre está en movimiento
rascándose las costrillas
que tiene lleno el cuerpo,
también la sarna perruna,
de que es un almacén lleno,
¿Yo mujer tuya? Ni en chanza.
¿Juntarme a ti? Ni pienso.
Vaya a paseo el mandrí.
Adiós pues, sarnoso perro.
Dios te dé malas tercianas,
sabañones y diviesos.
- Todo lo que me deseas,
fea Juana, te deseo
además un tabardillo
de mala clase, manchego.
Tu piel no es piel de persona,
que es de un geniudo abadejo.
Quédate con Dios pichona,
carita de un gato viejo,
que tienes pelo de zorra
y una barrica en tu cuerpo.
Terminaron las palabras
y empezaron el jaleo
entre patadas, puñetazos,
pellizcos y otros sucesos.
Y gracias a los vecinos,
que a los gritos acudieron,
y pudieron separarlos
después de muchos esfuerzos.
Salieron la pobre Juana
con la metá menos pelo,
toda la cara arañada
y un golpe en el ojo bueno.
El Juan salió como pudo,
con mucha sangre en el cuello,
pues la uñas de su novia,
en él desgarros hicieron.
El que quiera que lo crea
y el que no tiene un remedio,
que tome el tren cuando guste
y vaya a mi pueblo a saberlo.
Si alguno va, buen viaje,
que yo en mi casa me quedo.
Salud y muchas pesetas
que aquí se acabó este cuento.