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lunes, 30 de enero de 2012

La fragua del ti Santos










 Parece arcaica, y sin embargo es de aquí luego, solo hace apenas unas decenas de años que expiró su llama y hoy el polvo se ha adueñado del local, tiñendo con su ocre el negro hollín de quien sabe cuando. Paredes de piedra de la sierra, pesados adobes curados al sol de las eras, y en algunas partes, un revoque de barro amasado con trillada paja de trigo, sujetan un tejado con estructura de madera, cubierto con ripia de jara y las siempre agradecidas tejas árabes. Un edificio clásico en la humilde construcción del pasado siglo en nuestro rincón zamorano. Por el pequeño ventanuco apenas el sol ilumina el par de fogones con sus respectivos fuelles, un antiguo y manual taladro de columna, las estanterías repletas de cachivaches, las herramientas construidas en la misma fragua, entre las que cuento un yunque, un afilador a pedal, varias tenazas, tajaderas, estampas, claveras, útiles que solo el herrero conocía su particular uso porque las diseñó cuando la necesidad estimuló su ingenio, y destacando entre todas, para mi gusto, un portaterrajas y varias terrajas y machos de roscar, todo artesanal, forjado en esta fragua, que seguro cumplió con holgura su función y con exactitud su cometido. Y es, en medio de esta penumbra, donde el ejercitado ojo del herrero valora el color del candente hierro, para ablandarlo o endurecerlo, entre los soplados carbones o en el pilón del agua, y darle al mal llamado hierro la templa adecuada al cargo destinado. El pueblo entero solicitaba los servicios del herrero, y por orden, según apuntaba, mandaba acudir temprano para hacer “la obra”, y por ella cobraba una emina de barbilla por pareja de vacas, y la comida del día. En éste trabajo se restauraban las rejas necesarias para esos animales en un año de trabajo. Unas se aguzaban, a otras, las gastadas, por medio de “una cáldia” se les añadía una calza, su parte perdida. Las herraduras se cobraban aparte, y en dinero. En el potro instalado anejo a la fragua, tras sujetar el animal con correas, se hacía el asiento de las pezuñas, eliminando las partes viejas con el pujavante y las tenazas, luego, con finos clavos, les sujetaba las herraduras, con forma de C para los équidos y de media luna para las vacas, y debía ser éste un trabajo rápido y preciso, para evitar el cansancio de los animales. Otras ramas de la herrería eran: la cerrajería; cerraduras, aldabetas, quicios, bisagras, fallebas… todo personalizado y a medida; la construcción, con las herramientas, enrejados, balaustres, tornillos y clavos; y la calderería, para hacer o reparar los recipientes necesarios de la casa; y la mecánica, para cualquier avería…, aquel herrero, mañoso por antonomasia y fiel seguidor de la filosofía del trabajo bien hecho, en el que prima la calidad y la duración de las cosas, hoy aborrecería nuestra ley del mínimo esfuerzo, la de la caducidad de los objetos, la de la rapidez y mediocridad con el único fin de multiplicar el beneficio económico fomentando la desleal competencia. Aquella fragua, refugio y local de reuniones en los días adversos, como así rezaba el refrán popular, “en días de agua, o taberna o fragua”, abrió sus puertas una vez más para rememorar otros tiempos, para permitirnos oler el humo del carbón vegetal de urz negral y observar su chisporroteo, para enrojecer una reja de arado romano y atizarle unos buenos golpes con el macho, al ritmo que marcó un amigo e improvisado herrero (hijo de herrero, de uno de los grandes, del ti Santos, que fue dueño de esta fragua), y después con un segundo calentón, un cubo de agua le concedió a la obsoleta reja el don de la dureza, a nosotros un maravilloso y plácido rato, y a mi cámara de fotos y a éste blog testimonio de un noble oficio, el que ocupa dignamente una de las principales páginas del extenso libro de la historia.











miércoles, 18 de enero de 2012

El arado celeste


Me agrada charlar con nuestros abuelos. Nuestros viejos, como se decía antes; nuestros ancianos, como se les calificó posteriormente, y porque incomprensiblemente a alguien le pareció despectivo, ahora hay que decir mayores…, (¿de qué?) o tercera edad (tercera si que es despectivo, pues se usa para las categorías inferiores). Tonterías aparte, yo me referiré a ellos como nuestros abuelos, así, con cariño, con todo el respeto que se merecen las canas que iluminan sus cabezas, o las calvas que se cubren con las cada día menos vistas boinas. Cada arruga de su piel encierra información, como lo hacen los microsurcos de nuestros discos compactos, solamente explorados por la precisión de la increíble delgadez de un rayo láser. 

Nuestros abuelos no necesitan ningún método de extracción de datos, solamente con querer escucharlos se ven encantados de argumentar con su experiencia, o volver a contar, casi con las mismas palabras, los relatos y las enseñanzas que oyeron con atención de sus abuelos, que a su vez memorizaron los de los suyos…, y ésta cadena, supongo, es la que conocemos por sabiduría popular: Experiencia, memoria y práctica. Algo que me parece imposible de grabar en el más perfecto sistema de reproducción de datos, se almacena naturalmente en el ser humano, para beneficio de la especie. 

En la última charla que tuve con algunos de ellos, al sol, en esos minutos que “se toca la lengua” el domingo, antes de su obligada misa, les pregunté acerca de sus conocimientos del firmamento. Enseguida me nombraron la estrella polar, que dudo conozcan, por ser una estrella famosa, pero débil. No empezamos mal. Después, la osa mayor y la osa menor. De la osa menor también tengo dudas, por el bajo brillo de 4 de sus 7 estrellas principales, normalmente se nombra de oídas, por lo de mayor y menor. Pero la osa mayor si que la conocen perfectamente, indicaron su posición, al norte, y el nombre con la que se conoce: el carro. Bueno, habría que decir que el carro es un asterismo, no es la osa mayor, sólo son 7 estrellas, (u 8 para los de vista perfecta), de las más de 80 que componen la constelación completa. 

Recuerdo el parte metereológico de mi admirado Maldonado en la tele. Señalaba al norte y decía “septentrión, o zona septentrional”. El origen de esa palabra tan rara es el carro, las 7 estrellas que los romanos llamaban bueyes, y eran para ellos los siete bueyes, los “septen triones”, los causantes del movimiento estelar porque juntos tiraban del carro del firmamento. 

Volviendo a nuestros abuelos, también me hablaron de “la piña”, siempre alta en el cielo. Sin duda son las Pléyades, ese otro asterismo conocido desde los albores de la humanidad, que se ve mejor con visión indirecta, con más nitidez que mirándolo fijamente. A simple vista siete estrellitas, incontables a través de un telescopio, y ciertamente parecen apiñadas, con forma de carrito. Y entonces surgió la auténtica sabiduría popular, cuando me nombraron “el arado”.  Al carro de la osa mayor también se lo conoce como cazo, o arado, o de otras formas, pero no me hablaban de éste arado, si no “del que sale después de la piña, y son otras 7 estrellas”. Lo recordaron como el reloj nocturno, por la altura en el cielo calculaban en distintas estaciones la hora de salir de los “hiladeros” para ir a dormir, para madrugar e iniciar un largo viaje o realizar tareas agrícolas, como arar o segar. 

Este arado, como en nuestra zona agrícola y ganadera no se podía llamar de otra forma, lo componen las cuatro estrellas del casi perfecto cuadrado de Pegaso, y las cuatro más brillantes de Andrómeda. ¿8? No… y si, pues Andrómeda y Pegaso comparten una estrella, Alpheratz, que antes se llamó Delta Pegasi, pero ahora se clasifica en Andrómeda como Alfa Andromedae. La forma parece la de otro gran carro, las estrellas de Andrómeda serían la vara del arado, que llamamos “cabijales”, el cuerpo y la reja serían las otras tres de Pegaso, con forma triangular, y perdonad mi osadía si sugiero para la “manjera” del arado dos estrellas, una con dos feos nombres: por el alfabeto griego, “eta pegasi”, que nos recuerda el terrorismo; y su nombre propio, “Matar”, coincidencia lingüística que nada tiene que ver con la muerte, pero lo cierto es que junto con “pi pegasi” el reloj-arado de nuestros abuelos se vería más parecido a su imprescindible arado removedor de tierra, el que un día salió de los portales de sus casas para quedar amarrado a lo más alto del cielo, enaltecido para siempre.

P.D.- Representación del arado celeste, y con líneas rosadas, para que quede completo, mi sugerencia.


sábado, 14 de enero de 2012

El cambio de milenio




Repasando viejos apuntes de astronomía, me ha vuelto a la memoria un tema harto discutido hace ya una docena de años: Cuando fue el cambio de milenio. Quizás ya no venga a cuento escribir sobre algo anticuado y además por aquellas fechas tan empapado en tinta, y demasiado, diría yo, porque dejó de ser un bonito tema de discusión para convertirse en un agobio. Pero ya que recientemente he nombrado a Dionisio el Exiguo, monje encargado de buscar la fecha del nacimiento de Jesús, no puedo menos que echarle un cable, porque a la hora de realizar aquella tarea, seguro que no tuvo mucha más información que la que disponemos en la actualidad: tablillas, papiros, cerámicas…, el despilfarro de papel es una enfermedad humana demasiado reciente. En aquella época las comunicaciones eran escasas y complicadas, la primera reacción de los poderosos ante una noticia poco adecuada era rebanarle el cuello al mensajero,  la superstición y la astrología tenían demasiada influencia en el correcto razonamiento y los escritos no se leen, se interpretan, así que creo que Dionisio no lo hizo tan mal, que la fecha del comienzo es intrascendente. Pero de lo que no lo podemos culpar, por lo que parece la causa de los males, es de no haber comenzado a contar por el año cero. Y por otra parte se suele justificar argumentando que lo desconocía, que fue un invento posterior. Y yo pregunto, porque nunca he comprendido… ¿Qué demonios es eso del año cero? Yo mismo, y perdón por ponerme de ejemplo, jamás he contado mi año cero. ¿Se supone que llevo mal las cuentas y tengo un año más? El cero es un número que expresa una cantidad nula, año cero no es año, no es tiempo, como cero euros no es dinero, es cero patatero. Yo pienso que el primer minuto de vida, al nacer, ya forma parte del año uno, que se cumple o completa el día del cumpleaños, a los aproximadamente 365 días. A partir de ahí decimos año uno, erróneamente, cuando el primer segundo tras el cumpleaños ya consumimos tiempo del año dos. Con otra medida del tiempo, las horas del reloj, ocurre tres cuartos de lo mismo, y nunca mejor dicho, porque a partir de tres cuartos de hora, ya lo decimos bien. Y sigo queriendo pensar que a la una no comienza la una, a la una termina la hora una, a partir de ahí diremos la una y cinco (minutos de las dos), la una y diez… aunque lo correcto sería decir las dos menos cincuenta, las dos menos cuarenta, etc, como muy bien decimos las dos menos cuarto, las dos menos diez… y las dos se cumplen a las dos, es obvio. Esto ocurre porque el tiempo se ordena con números ordinales, como los que diariamente usamos para contar cosas sin mencionar el cero, y por eso no hay año cero, siglo cero, milenio cero, ni día del mes cero. Fue en la segunda mitad del siglo XX cuando por el vocabulario militar estadounidense, la numeración de los relojes digitales y la práctica de cronometrar tiempos, se comenzó a usar el concepto de tiempo cero. El problema del calendario está en los años antes de cristo, cuando el 1 de enero del 753 se contabilizó como el año 1 antes de Cristo, de tal forma que del año 2 a. C. al año 2 d. C. no hay 4 años, si no 3. Y del 1 de enero del año 1 d. C. al 31 de diciembre del año 100 no hay un siglo, sólo 99 años, y del 1 de enero del 1 d. C. al 31 de diciembre del año 1000, por el mismo problema, 999 años, por eso hay quien propone los cambios de siglo o de milenio el 31 de diciembre del año siguiente. Pero también podríamos pensar que si Jesús nació en el 753 del calendario romano, o de cuatro a siete años antes, importa poco, lo que nunca sabremos es el día de su nacimiento, la gran incógnita. No nació el 25 de diciembre, esa fecha se utilizó porque era un importante acontecimiento heredado de antiguas culturas, el "Dies Natalis Invicti Solis" (día del nacimiento del Sol invicto), fecha establecida por el emperador Aureliano hacia el año 274, y Jesús representaba el nuevo sol que vencería las tinieblas. Tampoco nació el 1 de enero, lo hizo a lo largo de un año. Dionisio, creyendo que fue en el 753 del calendario romano, propuso la nueva era desde el uno de enero del año que comenzaba. El que quiera año cero que divida en dos el 753 y problema resuelto. ¿Que a causa de la división, por ejemplo, un año puede tener 100 días y otro 265?, bueno, no serian los primeros años raros: el año 45 antes de C. tuvo 445 días (César lo llamó “Últimus annus confusionis”, el último año de la confusión, y su pueblo por burla suprimió lo de “Últimus”), y en Europa el 1582 después de C. se quedó con diez días menos, suprimidos del mes de octubre por bula del entonces Papa Gregorio XIII, reforma que fue seguida por el resto del mundo en distintas fechas, la  última fue China en 1949. Y si no se soluciona antes, en 4909 habrá que corregir otra vez el calendario suprimiéndole un día a un año. La verdad es que hay otra solución mejor, sugerida en 1740 por el astrónomo Cassini (hijo del más famoso Giovanni Doménico Cassini), y se llama calendario juliano proléptico. Simplemente se corrigen los años negativos, porque nunca 365 días antes del año 1 d. C. tendría que contarse el 1 a. C., si no el punto de partida, el día del nacimiento, el día que comienza la cuenta y que se completa el día 1 d. C., aunque luego a los siguientes 365 días le siguiéramos llamando año 1, y así el siglo tendría sus 100 años, el milenio sus 1000… y la humanidad un tema menos de debate.
P.D.- La foto del encabezamiento es del amanecer del "Invicti Solis", del 25 de diciembre, la de abajo su ocaso.



domingo, 8 de enero de 2012

La estrella de Belén



La palabra más repetida el 6 de enero de cada año, es sin duda “ilusión”, pero la ilusión del entusiasmo, de la alegría, no la que carece de fundamento en la realidad. Porque el 6 de enero se celebra la festividad de los Reyes Magos, basada en un hecho histórico con matices de leyenda, que a través de los siglos se ha ido reconstruyendo hasta completar una de las tradiciones cristianas más entrañables. Los escasos textos bíblicos, del evangelio de San Mateo, y otros apócrifos, nos hablan de unos magos que vinieron a Belén desde Oriente preguntando –“¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto su estrella y venimos a adorarlo”. El rango y el número de los magos se estableció en el siglo IV por el pensador Orígenes, uno de los tres pilares de la teología cristiana, que defendía el mismo número de individuos que de regalos: Melchor, anciano de raza blanca con barbas del mismo color, regaló oro, que representa la naturaleza real de Jesús; Gaspar, de mediana edad, asiático, le regaló incienso, por su naturaleza divina; Baltasar, joven de raza negra, le regaló mirra, que simboliza su naturaleza humana. Las tres edades del ser humano, (vejez, madurez y juventud), los tres continentes conocidos en la antigüedad, (Europa, Asia y África), o los tres hijos de Noé que tras el diluvio se separaron para poblar la tierra. La fecha del nacimiento, o la visita de los magos, la estableció erróneamente Dionisio el Exiguo en el año 525 de nuestra era, proponiéndola para el año 753 del calendario romano, cuando es un hecho constatado que el rey Erodes I el Grande, famoso por la matanza de niños menores de 2 años, murió hacia el 750 de dicho calendario. Otro hecho histórico es el edicto de empadronamiento promulgado por el emperador Augusto, nombrado también en el Evangelio de San Lucas, que tuvo que acatar San José para empadronarse con María, que estaba encinta. Por estas razones, Jesucristo tuvo que nacer de 4 a 7 años antes de Cristo, un anacronismo conocido y aceptado ya  en el siglo VI. Para añadir exactitud a la fecha, (o confusión), podemos echar mano de la astronomía, ya que en dichos textos se menciona una estrella, que guía a los magos hasta Belén. Concretamente utiliza la palabra “stella”, que puede significar indistintamente estrella o grupo de estrellas, constelación, o conjunción. Pero también pudo ser un cometa, una nova, una supernova o alguna catástrofe planetaria, por no hablar de otros fenómenos fantásticos que no me atrevo a sugerir. En el año 1606, Johannes Kepler, astrónomo y matemático alemán, ya sugirió que la estrella pudo ser la conjunción de varios planetas en el año 7 antes de Cristo en Piscis, y astrológicamente hablando, piscis simboliza un pez,… y la religión cristiana. Esta conjunción ocurrió 3 veces en el mismo año, lo que pudo alertar a los magos, que sin duda eran astrólogos con grandes conocimientos de astronomía. Pero recurriendo a las observaciones de los astrónomos chinos, que nos dejaron con gran detalle anotaciones de todo lo que vieron extraño en el cielo a lo largo de más de 4 milenios, el 31 de marzo del año 4  antes de Cristo, (fecha transcrita de su calendario), una estrella apareció cerca de Altair, la estrella más brillante de la constelación del águila, además en conjunción con la luna en cuarto menguante, por lo que fue extremadamente brillante y no dejó restos que hoy pudiéramos verificar, siendo la hipótesis más aceptable una nova. Pues ésta podría ser la estrella que guió a los magos, alertados antes por una triple conjunción, una estrella que representamos con forma de cometa, con una larga cabellera, una estrella que decora nuestras calles, nuestras casas, nuestra Navidad, y que a menudo viaja con nuestros mejores deseos dentro de un sobre, precediendo en la ilustración a la cabalgata de unos Reyes Magos, que recorrieron más de 1300 kilómetros para visitar a un recién nacido en el mísero portal de un pequeño pueblo de Judea. ¡Cómo no va a ser entrañable la Navidad!



sábado, 7 de enero de 2012

La casa rural te desea... feliz año 2012



Casa rural “el molino”,
lugar bello y placentero,
donde le gusta al viajero
hacer alto en el camino,
para comer y beber
y llenar bien el botillo,
sin que precise tener
mucho dinero el bolsillo.

Porque lo quiso el destino,
Congosta no tiene igual,
y en su paisaje divino,
para una vida tranquila
se halla la casa rural
denominada “El Molino”.

Bernardino Martinez Peral.

molino_rural.pps