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jueves, 29 de enero de 2015

"Y todas las aguas se convirtieron en sangre", segunda parte.




Escribo contento y satisfecho el presente artículo por varios motivos: el más importante sería haber llamado la atención sobre un tema que me preocupa casi tanto como extraña, que es mucho: unos residuos rojos en el agua de lluvia recogida. Para quienes no conozcan la parte primera:


Ya varias personas me han aportado sus hipótesis en torno a la explicación del fenómeno meteorológico, cada cual según su forma de ver las cosas. Voy a resaltar una de ellas, publicada el día 23 de enero en el Adelanto Bañezano, semanario comarcal de las Tierras de La Bañeza:


El autor del artículo, Javier Fernández Lozano, aparte de un amigo y de otros muchos títulos incluso más allá de nuestras fronteras, es, por resumir mucho, Doctor en Geología, Topografía y Fotometría, investigador y profesor en la Universidad de Salamanca. (En un próximo artículo desgranaremos su vertiginosa trayectoria académica y profesional, máxime cuando cuenta con poco más de 30 años). Javier nos aporta una muy buena explicación, al menos para algunos casos estudiados. Faltaría corroborar éste con las pertinentes pruebas de laboratorio y comparar. Me gusta su estilo de exagerar la situación para captar el interés del lector, y una vez metido dentro del artículo argumentar y enseñar un mucho de ciencia. 
Muy bien.

Yo solo sé que no sé nada, y aparte de exponer públicamente mi preocupación y extrañeza, también he seguido los pasos de la lógica para ahondar en la investigación y publicar resultados. Lo primero que hice fue mirar al microscopio las muestras rojas, como es obvio. De mis hijos tenemos dos microscopios, ambos poco más que de juguete y por tanto con importantes aberraciones ópticas. Con ellos ya se intuyen unas finísimas “células”, pero con muy mala calidad de visión.

El siguiente paso fue contactar con otro gran amigo, Manolo Cabezas, gran naturalista y muchos años profesor y director del CEIP “Sansueña”, para preguntarle acerca del laboratorio de éste colegio de Santibáñez de Vidriales. De los varios microscopios me recomendó uno, que por varios días me prestó con agrado el equipo directivo. Muchísimas gracias, ha supuesto una gran ayuda para descubrir un poco más la naturaleza de las pequeñísimas “células”. Como ya dije, mi intención también era publicar los resultados, esperando que alguien coteje este caso con otros parecidos y solucionados, pero lo que yo pudiera ver me tenía que ser muy difícil de contar.

Así que probé a fotografiar a través del ocular, con unos resultados bastante buenos, que resultaron muy buenos con la técnica de foco primario y ayudado del zoom de la cámara. Tengo una Olympus SZ-31MR, y abajo dejo unas tomas fotográficas con los objetivos 10-0,25 y 40-0,65 del microscopio y hasta 24X del zoom, pero no sabría hacer el cálculo de los aumentos reales. Eso lo dejo para los entendidos.

Desde mi profunda ignorancia veo infinidad de diminutas perlas rojas, de color muy vivo al microscopio, realmente preciosas. Aparentemente se reúnen en comunidades, o en filamentos, aunque creo que es producto de la alta concentración, puesto que se ven muchas solas y aisladas. No se aprecian aplastadas, tipo glóbulo rojo, son esféricas y ligeramente deformadas cuando se apoyan en las compañeras. Eso revelaría un efecto conocido del medio en el que se encuentran, el agua. Y por último se ven otras de mucho menor tamaño y de color verde muy claro; estas son, entiendo yo, las normales y causantes del color verdoso que adquiere de forma natural el agua estancada. Lo que si he descartado es la opción contaminante, porque creo en la vida de éstos cuerpos al verlos reaccionar positivamente al agua y a la luz. En el algibe, en plena oscuridad, su aspecto es oscuro y triste, muerto o dormido.

Termino agradeciendo a todos la atención prestada, al Adelanto Bañezano y a Javier por la publicación, a Manolo, y al personal del centro por tan valioso préstamo y a todos los lectores por el tiempo dedicado en seguir éste vuestro blog. Por supuesto continuo investigando hasta encontrar similitud entre estas “perlitas” con las de otros estudios realizados. De momento lo único que he encontrado parecido en Internet en una muestra de la famosa lluvia de Kerala, todavía objeto de intenso debate. Abajo os dejo la foto para que comparéis. 
Fascinante, a que sí.












Abajo, células rojas de la lluvia de Kerala. Foto eltiempo.tv.





sábado, 17 de enero de 2015

La bendición de San Antonio Abad



Sábado 17 de enero, son las 11 de la soleada mañana. En Ayoó toque de campanas a misa, es la llamada para la fiesta en honor a San Antonio Abad, “diecisiete de enero, San Antonico verdadero”, como nos recuerda el dicho popular. Padre, (abad), y primer anacoreta, tutor de los animales por interpretación errónea; por ese cerdito a los pies como atributo se le ha encomendado popularmente la protección de los animales. Por otra parte nada ajeno a su forma de vida, él vivió solo, alejado de las urbes, integrado en la naturaleza y sus criaturas. Cuentan las crónicas que solo se alimentaba de pan y agua, y en constante meditación. Totalmente eximido de causar dolor a ningún ser; candidato perfecto, pues, para tan afectuoso cargo.

Temprano, llegó nuestro párroco Don Miguel; gustoso, como siempre que puede, de charlar al sol con sus feligreses. Esta vez acudimos más de medio centenar para continuar el rito de pedir intercesión y amparo para quienes comparten nuestro humano techo. En representación de todos, llevamos alguno para solicitar bendición al término de la misa, como es tradicional. Mayoritariamente perros, inseparables compañeros, guardianes y delegados del orden en el mundo rural animal. Pero también un cabritillo… y una cierva que defendió con valentía y confianza el derecho de protección para sus compañeros y vecinos allende los muros. Nuestra religión los incluye: “todos somos hijos de Dios” (Colosenses, 1:16).

El agua bendita estuvo abundante, lo mismo que la alegría en la ceremonia con los animales. Hoy todo estaba permitido, ladridos de impaciencia o de autoridad, berridos interrogadores y comentarios sobre el comportamiento del corro formado. Siempre es de agradecer la atención de Don Miguel con nuestro pueblo, y de proporcionarnos estos ratos de armonía.

Una de las anécdotas más curiosas que se pueden leer sobre los santos, tiene por protagonista a San Antonio Abad, en el pueblo de Trigueros, Huelva. Durante el movimiento antirreligioso de la Segunda República, el alcalde, socialista, y muchos triguereños temieron por la imagen de su Señor y Patrón San Antonio, por lo que decidieron afiliarlo al sindicato UGT. Parece ser que entre 1932 y 1936 se procesionó el santo con un carnet colgando de la muñeca que decía: “Nombre – Antonio Abad. Edad – 105 años. Profesión – Santo. Vecino de – Trigueros. Actividad en el sindicato - Varias”. La procesión religiosa se convirtió entonces en manifestación legal y autorizada; el respeto a la “militancia” lo salvó del fuego. Una historia real que demuestra que la fe y la ideología no tienen por qué estar reñidas




Algún observador se habrá fijado que no uso el vocablo “mascota”, ese que nos llega del francés para definir lo que no me parece fácil de concentrar en una palabra. Es curioso que en nuestros pueblos, donde más se vive rodeado de animales, no se use ese término ni ningún otro para designarlos. Será que no sabemos expresar nuestros sentimientos con quienes comparten nuestras enormes casas, no un par de habitaciones de un pequeño piso, y esa sea la diferencia. Porque nuestros animales, a los que muchas veces paradójicamente damos muerte por ley de vida, son mucho más que un juguete o amuleto encerrado, un animal urbanizado; aquella pequeña vivienda-granja-escuela rural que fue nuestro hogar nos enseñó a compartir espacio y trabajo con animales de todo tipo. Desde niños aprendimos el equilibrio entre el respeto y su verdadera función en la casa, y desde luego, la ausencia de uno solo siempre hizo hueco en nuestro agujereado corazón. 
























domingo, 4 de enero de 2015

Éxodo 7-20, "Y todas las aguas se convirtieron en sangre".


No me gustan los temas que deriven en catastrofismo; más bien soy todo lo contrario, de los del vaso medio lleno, de los que en las contrariedades busca soluciones antes que consecuencias, y de no haberlas, aconseja resignación antes del derrumbe o la desolación. Pero hay cosas que denunciar, aunque sea por desconocerlas y para encontrarle sentido; yo digo que es mejor parecer tonto un momento que serlo toda la vida. Este artículo servirá para exponer mi última preocupación medioambiental, me gustaría subsanar una duda que me preocupa desde hace tiempo, y aportaré un sencillo experimento que invito a repetir, lo mismo que admitiré a debate una explicación convincente, comprensible y tranquilizadora.

Todos tenemos algo de observadores, un sentido que pocos desarrollan y muchos convivimos con él, atrofiado. Seguramente un contacto directo con la naturaleza en estado puro sirva de estímulo para este don propio de genios, no de intelectuales. La intuición frente al raciocinio, y la unión en busca de la perfección humana.

Al tema:
Como buen ecologista me gusta almacenar y reciclar agua de lluvia, así tengo instalados dos simples aljibes en sendas bajadas de canalón que sirven para riego o limpieza. En otro artículo ya conté también el caso de una pila cerámica bajo un tejado para abrevadero de cuantos animales deseen. Fue precisamente una limpieza de este recipiente imprescindible de las cocinas, esmaltado de blanco, cuando observé en el fondo una costra rojiza. La retiré, porque era lo que quería hacer, limpieza. El caso es que la costra se ha repetido, lo mismo que en otros recipientes colocados para acaparar la lluvia. El último, en casa, por tener mayor cuidado de que nada extraño se deposite, es una fuente de cristal. El fondo, con las últimas aguas caídas ya tiene posos de algo rojo oscuro.

No me extrañaría que el agua se tiñera negruzca, algo que sucede en la descomposición de los elementos del agua detenida; aceptaría el color marrón como el polvo atmosférico disuelto por un chaparrón; me gusta ver el verde, las algas haciendo de las suyas… pero… ¿Rojo?. Tengo que añadir que el agua se mantiene limpia, sin ninguno de estos tres modelos que todos conocemos, solamente el fondo o el nivel hace estas marcas. Y tengo que recalcar que vivo en plena naturaleza rural, a muchos kilómetros de cualquier industria contaminante, digamos La Robla. De la pequeña azucarera de La Bañeza es muy raro que nos llegue nada, por la dirección de los vientos, lo mismo que de lo poco que contamina Benavente. Y del sur al oeste tenemos las comarcas de Tábara, Aliste, o Sanabria y la Carballeda, carentes de emisión de contaminantes que nos pudieran afectar.

Hace un tiempo, en agosto del año pasado, leí un artículo en La opinión de Zamora, periódico local, que denunciaba el agua de abastecimiento para el consumo zamorano por su elevada densidad de minerales y contaminantes. Una buena conclusión, dice, “es el único territorio, junto con Soria, donde no ha habido un solo análisis que detecte que hay riesgo para la salud”. Muy bien, y nos alegramos, pero… ¿qué está pasando con el agua de lluvia?

Los registros de la historia nos traen a la memoria episodios relacionados con lluvias rojas, entre otros elijo éstos: En dos papiros egipcios, que guardan similitud con las plagas que Moisés y Aarón amenazaron al faraón, se describe un Nilo teñido de rojo y dañino para la población. El polvo del desierto, como sucediera en 1926 en Italia, o la concentración de hierro y gases de 1984-86 en Camerún pueden enrojecer el agua, se ha estudiado y demostrado. Pero el caso más curioso es la lluvia roja de julio del 2001 en Kerala, India, que ha sido tema de intenso debate al contener material biológico sin ADN, como las células rojas de nuestra sangre; se ha apuntado a un posible origen extraterrestre revalidando la controvertida teoría de la panspermia.

Pero quizás solo haya que levantar la vista al cielo para distinguir nubes de agua naturales de las rayadas nubes contaminantes provocadas por las ingentes toneladas de combustible quemado por los cientos de vuelos que diariamente surcan nuestro cielo. Suave, sin ruido, una niebla amarga se puede estar disolviendo sobre nuestras cabezas. Y ya vendrá quien nos culpe de irresponsables porque el pequeño motor de explosión de nuestro vehículo supere no sé que tasa de emisiones. Es el repetido refrán de la paja en ojo ajeno, solo que aquí lo que está en riesgo puede ser nuestra salud, algo, por supuesto, innegociable. Busco explicaciones, mejor que sean satisfactorias.

FOTOS:
Pila a la intemperie.



Agua almacenada


Detalles



Silla de terraza


Recipiente de cristal y detalles




Depósito grande de agua



Un día cualquiera, por decenas