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martes, 9 de noviembre de 2010

Los viejos apiarios



En un pasado reciente, las casas familiares de los pueblos, eran casi autosuficientes. Un ciclo cerrado que diversos factores han venido minando hasta convertirlas hoy en demandantes de nuevos servicios, empeorando la calidad e incrementando el gasto, eso si, ahorrando trabajo. Me explico: En Ayoó, a mediados del siglo pasado, por ejemplo, rara era la casa que no tenía vacas, ovejas, cabras, cerdos, conejos, gallinas, burro, mula o caballo … sembraba y recogía toda clase de tubérculos, cereales, frutas o verduras, cocinaba su propio pan, fabricaba productos para sus necesidades, como jabón, conservas, embutidos, aceites, incluso queso, vendía lo poco que le sobraba de sus muchas aptitudes, de lo cual se mantenían sin riquezas, sin necesidades básicas (aunque lo aparentaran), pero consumiendo productos de elevada calidad. En su afán de de reunir todo lo necesario para su consumo, no dudaban en explotar cualquier tipo de recurso, cualquier medio natural para satisfacer las necesidades de la casa. Por ejemplo, una forma sana y natural de endulzar comidas o bebidas es la miel. Y también en Ayoó tenemos viejos apiarios que nos muestran que la explotación de las abejas, la apicultura, es de sobra conocida y practicada por antiguas generaciones. Básicamente, nuestros apiarios, los colmenales, que es como se han llamado aquí (bien o mal, me da igual), son como pequeños huertos, unos recintos ligeramente excavados en el suelo sobre una ladera orientada al sur, y rodeados de una pared de piedra autóctona de poca altura, sin barro, que ofrece abrigo y protección a las colmenas, instaladas en cajas de madera o en troncos de árbol huecos, los cubos, donde las abejas labran los panales, tréboles en el argot, y tienen su morada. Todavía se mantienen en funcionamiento algunos colmenales: el del ti Gregorio en la Manzanal, el del ti Ventura en Peñisuello, y el del ti Santiaguín en la Peña; otros se han abandonado, como los del ti Joaquín praderas y el ti Dionisio en la peña, y los del ti Valentín Barrio y el ti Arturo en Valdemanil, por nombrar algunos. Todos ellos eran y son explotaciones familiares, sin mas beneficio que la degustación de la miel en casa, para regalar, o también, cómo no, para mezclar con leche muy caliente y hacer frente a un catarro. Hay un colmenal que merece especial atención por el cuidado y esmero que realiza su propietario Matías, marido de una nieta del ti Gregorio, que reconstruyó al jubilarse el abandonado apiario de la Manzanal, limpiando de zarzas y maleza la zona, levantando las derruidas paredes con sus propias manos e instalando sus dos primeras colmenas. Es el modelo de apiario de la comarca y excepto por los cubos, nos lleva atrás en el tiempo a la época con la que comienza este artículo, en perfecto respeto con el entorno y sus moradoras abejas. La preocupación de éste apicultor no es la producción de miel, si no la masiva muerte de las colmenas, aparentemente sin causa, quedando incluso con miel los panales. Desde siempre es conocido y valorado el beneficioso efecto sobre la vegetación que ejercen las abejas. Con su incansable transitar polinizan y fecundan todas las plantas que encuentran a su paso, a varios kilómetros de su colmena. Sabemos que hoy con la venenosa química que se esparce por los campos, la vida de estos laboriosos animales está en peligro, y con ellos su trabajo y el beneficio gratuito sobre la naturaleza. Mientras tanto, la administración solo se preocupa de controles, permisos, números de explotación y demás trabas que empujan al abandono total de este milenario y paciente oficio. Y así otra vez, y esta definitiva, los viejos apiarios se convertirán en erial, los modernos en intensivas y desnaturalizadas explotaciones, con abejas genéticamente más resistentes quizás, pero siempre en detrimento de la calidad. Y como puntilla, y es que viene al pelo, es de general conocimiento que la población está llegando a edades inimaginables hace unos años. Se interpreta esto por la “mejor” alimentación, o los adelantos en medicina. Yo solo quiero recalcar que estas centenarias personas en algunos casos, son de la época de la autosuficiencia, de cuando el veneno de las patatas era una escoba, un recipiente y un pisotón, el herbicida un zacho, y el abono de la tierra estiércol de animales alimentados sin hormonas, correctores o vitaminas, solo con productos naturales, de ahí la extraordinaria calidad de la carne, la leche o los huevos, y las poco productivas pero excelentes cosechas que alimentaban a personas y animales cerrando así el ciclo, por desgracia todo esto sólo recuerdo, salvo contadas y honrosas excepciones (ilegales, por tanto perseguidas hasta su erradicación).


1 comentario:

  1. Hola Joaquín. Me he gustado ver en la red el colmenar de mi bisabuelo Gregorio, al que siendo muy niño fui con mi abuela alguna vez.
    Pensé que estaba abandonado, no sabía que Matías lo estaba reutilizando.
    Parece ser que la costumbre del ti Gregorio de hacer construcciones por el campo, del tipo de los colmenares, dio origen a su apodo ("ramote" en ayoino); este apodo, aún sigue vivo en alguno de sus descendientes, por lo que no voy a explicar más sobre él, no es cuentión de molestar a nadie.

    Por cierto, suelo leer ti Blog, tiene su mérito lo que haces.

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