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domingo, 30 de mayo de 2010

El trocito de la puerta


Quien tenga oídos que oiga,
y si quiere saber que lea,
porque cuentan los mayores
en una hermosa leyenda,
que a orillas de éste Santuario,
en épocas de la siega,
se acercaban jornaleros
de camino a las parcelas,
a la Virgen ofrecerse,
rogarle ánimo y fuerzas.
Porque largo es el camino,
hoz, y mochila a cuestas,
y muy duro es el trabajo
con el sol sobre la testa,
todo el cuerpo dolorido,
sudor, y la boca seca,
aunque peor es descuidar
la familia y hacienda,
pero el invierno es largo,
bien vendrán unas monedas.
- Madre, cuida de mi gente,
te rezaré hasta que vuelva.
Después, a navaja arrancan
un trocito de la puerta,
convencidos del consuelo
de ésta bendita madera
contra el mal, enfermedad,
el cansancio o los problemas,
y la llevan con sus cosas,
y la miran si flaquean.
Porque algo tienes, Santuario,
escondido entre tus piedras,
que en el trono nos ayuda
y en su fiesta nos espera.
Siempre fué, Virgen del Campo,
orgullo de nuestra tierra
el tenerte con nosotros,
así ha sido, y que así sea.
..............................ETJ

La caseta del transformador


Parece que fue hace mil años y realmente es del pasado más reciente la llegada de la electricidad a nuestros pueblos. “La luz”, como popularmente se la conoce por su capacidad de iluminar, comenzó a hacer esto, a iluminar, y además a habitaciones a pares. Aquello se conseguía haciendo una ventanita en el tabique divisorio y colocando la bombilla en medio. La ocurrencia humana para fomentar el ahorro puede llegar a estos extremos hoy ridículos, aunque realmente tampoco se necesita mucho más para ir a dormir, que de eso se trataba.


En los aleros de los tejados, las llamadas palomillas, con tornillos de acero y cristal, los aisladores, sujetaban alambres de cobre sin más aislante que el cardenillo. La tensión más usada era la de 125 V y durante las diarias subidas y bajadas a nadie se le ocurría llamar o denunciar a la empresa suministradora, como hoy en día. Siguiendo aquella maraña de hilos, se llegaba a una especie de torre, la llamada caseta del transformador, ruta obligada de los rapaces y obsesión de los mayores con ellos por el peligro de quedar “pegaos” en semejante edificio. Me gusta la de Carracedo, de la década de los 40, construida hasta la mitad en piedra autóctona, y en su otra mitad con adobes, rematando el obligado tejado de madera y teja árabe. Su conservación es increíble, a pesar del abandono. Para mí, quedaría mejor el transformador dentro y no colgado en un antiestético poste de hormigón, y de paso conservaríamos ésta obra que no ha hecho nada para merecer el derrumbe a la que está destinada. Creo que éste pequeño edificio bien merece ver “la luz”.

El palomar



Ya se fueron los huéspedes y las zarzas denotan desidia. Ni siquiera como trastero es útil. Atrás quedaron años de abundancia, de mimo y esmero. Gran fuente nutritiva, solo para sibaritas, apreciada en los banquetes y celebraciones, para agradecidos regalos, en inesperadas visitas, para orgullo familiar. El palomar se ha quedado solo, todo él es una inmensa gotera y ya las grietas avisan que está llegando a su fin. Su interior, todavía blanqueado, nos muestra la saturación de agujeros para los nidos. En las paredes de tapia quedan los ecos del bullicio y de la convivencia de docenas de parejas, fieles hasta la muerte, amantes de la vida familiar. Solo necesitaban un agujero y un poco de paja para crear vida y un hogar. Incluso ante la peor de las injusticias, la pérdida de sus huevos o sus crías a manos del propietario del palomar, las palomas vuelven obstinadamente a casa. La fidelidad hecha ave. La Biblia nos pone en conocimiento la más antigua leyenda sobre éste animal: Noé envió una paloma. Y es que la cría de palomas es muy antigua, hacia el 3000 a.c. hay referencias de palomares en forma de torre con muchas aberturas, posiblemente para conseguir guano, llamado en nuestra zona palomina, abono muy apreciado en la agricultura. Como curiosidad, la explotación de palomas se llama colombofilia, ¡quién lo diría!, es símbolo de belleza, recurrido piropo e icono de la paz. ¿Alguien da más?

sábado, 15 de mayo de 2010

El reloj de sol


En la pared Sur del Santuario de la Virgen del Campo de Rosinos se encuentra un pequeño reloj de sol, construido a la vez que la torre del campanario, hacia el año 1750. Si comprobáramos diariamente este reloj, veríamos que no coincide nunca con la hora civil, es decir, con la de los relojes de pulsera. Y es que solamente algunos relojes solares en el mundo, en lugares muy específicos, la coincidencia se da cuatro veces al año, en pocos días cada vez. En España no se da nunca y además es el país de Europa en que la diferencia es mayor. ¿Porqué?, y entonces… ¿cómo se usa el reloj de sol?.
Primero habría que comprender que la hora marcada por la sombra del estilete, a las 12 del mediodía, ocurre cuando el sol pasa por el meridiano del lugar, que es la línea imaginaria que cruza de Norte a Sur pasando por el cénit, esto es, el punto más alto del cielo. Como cada meridiano es propio de cada lugar, dos ciudades con distinto meridiano tendrán distinta hora solar, cosa que importaba poco cuando la comunicación entre éstas ciudades se realizaba, en el mejor de los casos, con un mensajero a caballo. Pero con la rapidez y modernidad de las actuales comunicaciones fue necesario establecer una misma hora para grandes territorios, o para países enteros. Para ello se dividió el mundo en husos de 15 grados, en 24 partes. España coincide con el huso 0 grados, pero su hora civil se ajusta a 15 grados Este, una hora menos, por eso ningún reloj de sol sin correcciones coincidirá con la hora civil. Y aun suponiendo que el reloj estuviera situado en el meridiano, solo durante cuatro veces al año ambos relojes coincidirán, principalmente por dos motivos:
1- La órbita de la tierra no es circular, es elíptica, y ésta se desplaza más rápido cuando está más cerca del sol.
2- El plano del ecuador no es el mismo que el plano de la órbita de la tierra, de ahí que vemos el sol con distinta altura en distintas estaciones y los días no tienen la misma duración
La suma de estos efectos se llama Ecuación de Tiempo, y se representa en esta tabla:

Para convertir la hora señalada por el reloj de sol del Santuario a hora oficial hay que realizar tres pasos:
1- Buscar en la tabla de la ecuación de tiempo el valor correspondiente a la fecha, si el reloj adelanta restaremos el tiempo indicado a la hora señalada, si atrasa se lo sumaremos.
2- Como hora oficial se toma la del meridiano 0, pero el Santuario está aproximadamente a 6 grados Oeste, por lo que hay que sumar 4 minutos por grado, que es el movimiento de la tierra, mas los 15 grados del ajuste de la hora oficial española; (total 6 grados x4 minutos=24+60 minutos de los 15 grados= 84 minutos que hay que sumar a la hora solar.)
3- Por último, si es horario de verano, sumaremos otra hora, esa por la que nos hacen cambiar 2 veces al año los relojes.
¡Menudo rollo!, sinceramente prefiero pensar como mi admirado cantero cuando diseñó el reloj de sol; solo es un sencillo aparato que marca el mediodía y sus horas cercanas con pasmosa exactitud, excepto los días de nubes, que ya el cuerpo nos dirá cuando es hora de comer. Por otra parte, dice un refrán muy castellano que “dos medios días largos no hay”, si la mañana es larga, la tarde será mas corta, y viceversa. Prefiero eso a los desajustes que me provocan los cambios de horario de invierno y verano, a estar perdido si no tengo reloj, a ser esclavo de los horarios, a los enfados que produce no llegar a la hora prevista… etc.
Para terminar, un proverbio: si tienes un reloj sabrás que hora es, si tienes dos… nunca estarás seguro de la hora correcta.
¡Ah! Y una triste noticia, el hábil cantero que construyó esta torre, perdió la vida en un accidente laboral en otra, en la de Pozuelo de Vidriales, a escasos kilómetros de Rosinos, quedando incompleta porque nadie pudo o supo seguir su obra, aunque posteriormente se le añadió una espadaña para las campanas. Estoy seguro que era una excelente persona, porque como trabajador no tengo duda.

domingo, 2 de mayo de 2010

La chimenea


En Ayoó solo queda completa y en pié una cocina de arcos, máxima categoría de las cocinas “viejas”, o “de masar”, en las que la lumbre se hace en el suelo y los arcos dan amplitud y soporte a la enorme y pesada chimenea de adobes, con tejadillos o “faldas” para evitar la erosión de la lluvia, y con un acceso en una de sus paredes al horno, pieza fundamental en las casas por la necesidad de cocinar el pan. Otras funciones son el curado de “la matanza”, calentar agua o cocinar alimentos, generalmente para el ganado, y cómo no, dar un “calentón” cundo se llega a casa en los húmedos y fríos días de invierno. Creo que todos disfrutamos en éstas cocinas “al amor de la lumbre”, nunca mejor dicho, ante un magosto de castañas o un trozo de chorizo envuelto en una hoja de berza con un poco de vino y asado entre las brasas. Me río yo del mejor restaurante, en el que mojar pan está mal visto y comer encima de un “currusco” de hogaza, navaja en mano, el chorizo arriba mencionado sería motivo de expulsión, con lo que gusta. Y el ajetreo de los días de “matanza” en éstas cocinas, con la caldera calentando agua, las artesas preparadas para el adobo de la carne, la máquina de enchorizar sujeta en la mesa, familiares y vecinos entrando y saliendo y algún espabilado que ya le cortó un filete al recién muerto cerdo, y se lo está preparando a las brasas, desafiando a la triquina o a lo que haga falta. Y de aquel olor a pan recién masado no quiero ni hablar. Gratos recuerdos en edificios condenados a la destrucción. Una pena.