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lunes, 16 de mayo de 2011

La lluvia de sapos




Una de las leyendas rurales que más me gusta oír es la “lluvia de sapos”. Dice, que cuando se prepara una fuerte tormenta, puede darse el caso de intensa evaporación por la excesiva radiación solar y pequeños pobladores de charcas, regueros y alberques son absorbidos junto con el agua hasta las nubes, en lo que sería la primera ascensión a los cielos, pero a lo animal. Después, cuando llueve, aparece Newton con su gravitación y sus leyes, (que antes estaría dormido), y se produce el fenómeno atmosférico: los sapitos caen y milagrosamente no se estrellan contra el suelo, si no que corretean alegres de un lado para otro, incluso en patios y terrazas donde efectivamente, solo pueden entrar por el cielo. Después de oír contar este razonamiento, cada vez que entro en la cocina y veo hervir la olla con garbanzos, me los imagino al igual que los sapitos elevarse junto con el hirviente vapor, y hasta una vez, sin que me vieran, les puse ventilador, no siendo que el viento tuviera que ver… y nada. No pasó nada. No quiero ser destripaleyendas, yo sólo opino como mi amigo Miguel “cuete”, que dice: “Santa Susana parió por un dedo, podrá ser verdad, pero yo no lo creo”. Y es que la obsesión por los batracios es ya muy antigua. Para los egipcios la lluvia de ranas era una plaga, cuando con un poco de salsa la hubieran transformado en delicioso maná. Posiblemente, aunque no nos lo hayan dicho, por tanta abundancia puede venir esa manía de comer sólo media rana. Menos mal que a nadie le ha dado por hacer lo mismo con el cerdo. ¿Es que la otra mitad tiene peor sabor?. Aunque la palma en la “batraciomanía” la lleva Luigui Galvani, médico y naturalista, quien en 1780 pretendía haber encontrado en las ranas la “electricidad animal intrínseca”, una especie de fluido mágico que las hacía saltar chispas como una dinamo. De haber perfeccionado sus inventos, hoy en vez de pilas de polímeros de litio, u otro absurdo nombre, tendríamos atada al móvil o a la radio una rana, con dos electrodos en el culo. Sería la auténtica energía ecológica, aunque poco “limpia”. Otra utilidad de las ranas es la prueba del embarazo. Y ya se sabe, si era feliz y esperado, las atenciones eran para la preñada, pero si no era deseado la pobre rana volvía a la charca de una monumental patada, ¡como si fuera la culpable!. Y la literatura, también castiga a los batracios. El único beso que podían recibir de labios de una bella princesa los transformaba en príncipes, o sea, que ni siquiera podían disfrutarlo como lo que eran, y posiblemente quisieran seguir siendo, batracios. Y aquel ranero local, desaparecido ya, que se quejaba de las cigüeñas ante la escasez de ranas. Decía que eran una especie depredadora. Depredar es cazar para subsistir, él cazaba diezmando las charcas para negociar, y eso no es depredar, sólo es extinguir la raza, tampoco es para tanto. El otro día leí en Internet, en lo que pretende ser una página de información sobre mascotas, y cito textualmente, que además resaltaban en rojo, “los sapos es el nombre que se le da al género masculino de las ranas”. Si, hombre, si. Y el burro es el masculino de la yegua, aparte del sinónimo que califica a una persona necia e ignorante, como el autor de tal burrada. ¡Pobres batracios! Desconocidos, aniquilados y despedazados, despreciados, odiados… pero… ¿Quién no contiene el aliento en un atardecer, para escuchar un coro de ranas?


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