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domingo, 9 de octubre de 2011

El juego de la calva

 

Tradicionalmente, el deporte o juego por excelencia en Ayoó es la calva. En los últimos años su auge ha sido importante, y fruto de ello es la asociación Perafondo, creada como principal objetivo para su promoción y práctica, y que a día de hoy cuenta con 140 socios, de Ayoó y de los vecinos pueblos que aquí se desplazan domingos y festivos a compartir unas tiradas, si el tiempo lo permite. El nombre del juego procede del lugar escogido para practicarlo, un calvero, paraje llano de un bosque, desprovisto de vegetación y de piedras, o de una calva, sitio en los sembrados, plantíos y arbolados donde falta la flora correspondiente, lógicamente para poder lanzar y recoger los arrojadizos proyectiles sin obstáculos. El origen se remonta a los betones, pueblo celta reconocido a partir del siglo V antes de C., asentado entre los ríos Duero y Tajo, abarcando Zamora, Salamanca, Ávila, Toledo y Cáceres. El geógrafo e historiador griego Estrabón, dedica el tercer libro de los 17 que componen su obra Geográfica ( fechada del 29 a C. al año 7 ) a Iberia, nuestra península, y recopila los datos entonces conocidos, transcribiendo una curiosa anécdota sobre la mentalidad de aquella tribu. "Los vetones, que fueron los primeros que compartieron con los romanos la vida de campamento, viendo una vez a ciertos centuriones ir y venir en la guardia, como paseándose, creyeron que se habían vuelto locos y quisieron llevárselos a sus tiendas, pues no concebían otra actitud que la de estar tranquilamente sentados o la de combatir". Como resumen de aquella extraordinaria cultura se puede decir que construían murallas alrededor de sus poblados, los castros; que incineraban a los muertos y guardaban en urnas sus cenizas; que tallaban en piedra granítica toscas y misteriosas esculturas de cerdos o toros, con una interpretación muy debatida; que eran poco belicosos, negociantes, agricultores de cereal y ganaderos, principalmente en el sector bovino y porcino; que producían hierro y fundían el bronce; que fundamentaban su religión en las rocas, sobre las que levantaban sus poblados, y en el agua como fuente de vida, y que para entretenerse lanzaban piedras a un cuerno de vaca, colocado en el suelo de un calvero. Posiblemente después de casi 25 siglos jugando a la calva, las reglas del juego apenas hayan cambiado, solo el cuerno de vaca se ha sustituido por una pieza de madera, generalmente de encina, con unas medidas ligeramente variables pero con la misma forma, con un ángulo obtuso apoyado en uno de sus lados, el orientado a los jugadores. Esta pieza recibe el nombre de calva, y las piedras con forma cilíndrica morrillos, al menos en Ayoó. Los jugadores con más edad del pueblo, recuerdan la afición que había cuando les alcanza la memoria, y que se jugaba en la calle del canto, en el lado sur del reguero que la dividía en dos, donde actualmente en las fiestas se lleva a cabo el baile. Por entonces se apostaba un cántaro de vino y un kilo o dos de azúcar, que hacía las veces de gaseosa, para endulzarlo y de paso se subiera antes a la cabeza. El juego no tiene reglamento, aunque las normas son conocidas por todos y se cumplen aunque sea dando voces y discutiendo. Lo practican dos equipos, que se crean en el momento, cuando dos personas deciden jugar y comienzan escogiendo alternativamente a los jugadores de entre los asistentes. El número de jugadores tampoco importa, pueden ser dos o tantos como personas presentes, siempre que sea número par. La cancha se dibuja antes de jugar, haciendo una raya transversal en el suelo de tierra, contando generalmente doce pasos y marcando otra raya. En cada raya se coloca una calva y primero se lanza a un lado y luego al contrario. Con una moneda, a cara o cruz, se sortea el equipo que comienza a tirar, y en la siguiente partida lo hace el otro equipo. El morrillo de piedra se ha ido transformando en madera de encina o roble, o en cilindros de hierro o aluminio, siempre a elección del jugador. Las apuestas suelen ser las consumiciones en el bar, el equipo perdedor pagará las suyas y las del equipo ganador, y para ello hay dos o tres partidas a 18 tantos, según se elija. El tanto se produce cuando el morrillo roza o tira la calva antes de tocar el suelo, y vale dos puntos, que se llevan memorizados o apuntados con una raya en el suelo o sobre una pared. En otras zonas se juega con otras normas, siempre de acuerdo con los jugadores, aunque a la hora de jugar a nivel provincial o regional se ha establecido un reglamento, con unas medidas de la cancha de 14.5 metros de tiro, la calva mide 23 centímetros de base y 22 de alzada, con un ángulo de entre 110 y 120 grados, el morrillo no puede sobrepasar los 30 centímetros de longitud y pesar menos de 1500 gramos, etc., datos que hay que tener en cuenta a la hora de competir a otros niveles, pero que no deberían influir en la actual forma de jugar del pueblo, que al fin y al cabo es donde se juega y se hace como se hace, por costumbre, y para la participación de grandes y pequeños, mayores o más jóvenes, de aquí o de donde quieran venir, porque lo más preciado de éste ancestral juego es la reunión, la charla, la diversión y pasar el rato haciendo un poco de ejercicio, sin complicaciones, tecnicismos ni estrategias.






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