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domingo, 22 de mayo de 2011

Las cigüeñas de Campo Ferrero






Parece imposible acercarse personalmente a una cigüeña en libertad. Este simpático animalito tan vinculado a los humanos, por su figurativa mediación en la venida al mundo de los niños, nos rehúye a pesar de la protección que tienen entre las gentes de los pueblos, estrecha y diariamente relacionadas con la naturaleza y sus criaturas. En su mayoría agricultores y ganaderos, agradecen de éste enorme pájaro su labor de limpieza de gusanos, ratones e insectos de las parcelas. Curiosamente, sólo a ellos les permite compañía, cuando trabajan la tierra con un tractor. Entonces las cigüeñas llegan a escasos metros de los aperos y se dan un festín, sin mostrar recelo por este antinatural, ruidoso y contaminante monstruo que por otra parte remueve el terreno y le proporciona su comida. Desde allí, el conductor puede admirar la destreza de ésta zancuda ave con el enorme y rojo pico, la belleza de sus abultados ojos negros y la elegancia de su vuelo. Sin detener ni bajar del tractor, pues en caso contrario se ven amenazadas y se van. Asombrosamente se ven más seguras con el ruido y el movimiento que con el inofensivo silencio. Tras picotear la tierra durante un buen rato, levantan majestuosas el vuelo y regresan al nido, donde si los tienen, esperan hambrientos los polluelos. Éstas nuestras, que Medio Ambiente les proporcionó un nido en Campo Ferrero, se vieron desahuciadas por ruina, el exceso de peso dobló el soporte y se cayó al suelo. Un pequeño grupo de improvisados ecologistas en acción, nos desplazamos con herramientas a los pocos días, asesorados por José Ferrero, jubilado guarda forestal, y podamos un roble, con la esperanza de no perder la compañía de las cigüeñas. Fue un sábado por la tarde, después de tomar café en el bar de Pepe, y el domingo al anochecer ya habían tomado posesión de su nueva residencia, para regocijo del grupo y beneficio de todos. Poco antes de escribir éstas líneas, estuve visitando el nido, y observando su actividad. Este año tienen tres crías, bastante desarrolladas, ruidosas y nerviosas, lo que se traduce en excelente estado de salud. Da gusto verlas.



lunes, 16 de mayo de 2011

La lluvia de sapos




Una de las leyendas rurales que más me gusta oír es la “lluvia de sapos”. Dice, que cuando se prepara una fuerte tormenta, puede darse el caso de intensa evaporación por la excesiva radiación solar y pequeños pobladores de charcas, regueros y alberques son absorbidos junto con el agua hasta las nubes, en lo que sería la primera ascensión a los cielos, pero a lo animal. Después, cuando llueve, aparece Newton con su gravitación y sus leyes, (que antes estaría dormido), y se produce el fenómeno atmosférico: los sapitos caen y milagrosamente no se estrellan contra el suelo, si no que corretean alegres de un lado para otro, incluso en patios y terrazas donde efectivamente, solo pueden entrar por el cielo. Después de oír contar este razonamiento, cada vez que entro en la cocina y veo hervir la olla con garbanzos, me los imagino al igual que los sapitos elevarse junto con el hirviente vapor, y hasta una vez, sin que me vieran, les puse ventilador, no siendo que el viento tuviera que ver… y nada. No pasó nada. No quiero ser destripaleyendas, yo sólo opino como mi amigo Miguel “cuete”, que dice: “Santa Susana parió por un dedo, podrá ser verdad, pero yo no lo creo”. Y es que la obsesión por los batracios es ya muy antigua. Para los egipcios la lluvia de ranas era una plaga, cuando con un poco de salsa la hubieran transformado en delicioso maná. Posiblemente, aunque no nos lo hayan dicho, por tanta abundancia puede venir esa manía de comer sólo media rana. Menos mal que a nadie le ha dado por hacer lo mismo con el cerdo. ¿Es que la otra mitad tiene peor sabor?. Aunque la palma en la “batraciomanía” la lleva Luigui Galvani, médico y naturalista, quien en 1780 pretendía haber encontrado en las ranas la “electricidad animal intrínseca”, una especie de fluido mágico que las hacía saltar chispas como una dinamo. De haber perfeccionado sus inventos, hoy en vez de pilas de polímeros de litio, u otro absurdo nombre, tendríamos atada al móvil o a la radio una rana, con dos electrodos en el culo. Sería la auténtica energía ecológica, aunque poco “limpia”. Otra utilidad de las ranas es la prueba del embarazo. Y ya se sabe, si era feliz y esperado, las atenciones eran para la preñada, pero si no era deseado la pobre rana volvía a la charca de una monumental patada, ¡como si fuera la culpable!. Y la literatura, también castiga a los batracios. El único beso que podían recibir de labios de una bella princesa los transformaba en príncipes, o sea, que ni siquiera podían disfrutarlo como lo que eran, y posiblemente quisieran seguir siendo, batracios. Y aquel ranero local, desaparecido ya, que se quejaba de las cigüeñas ante la escasez de ranas. Decía que eran una especie depredadora. Depredar es cazar para subsistir, él cazaba diezmando las charcas para negociar, y eso no es depredar, sólo es extinguir la raza, tampoco es para tanto. El otro día leí en Internet, en lo que pretende ser una página de información sobre mascotas, y cito textualmente, que además resaltaban en rojo, “los sapos es el nombre que se le da al género masculino de las ranas”. Si, hombre, si. Y el burro es el masculino de la yegua, aparte del sinónimo que califica a una persona necia e ignorante, como el autor de tal burrada. ¡Pobres batracios! Desconocidos, aniquilados y despedazados, despreciados, odiados… pero… ¿Quién no contiene el aliento en un atardecer, para escuchar un coro de ranas?


jueves, 5 de mayo de 2011

Para el comentario de "la campanilla"


Como responsable del blog y autor del artículo “la campanilla”, veo la necesidad de aclarar lo que hay de cierto y de falso en el comentario, no siendo que “el que calla otorga” y aunque no haya mala intención, si no que se haya hecho por desconocimiento, alguien llegue a pensar cosas extrañas de lo ocurrido con las antiguas campanas. En primer lugar, es verdad que eran excepcionales. Recuerdo de niño oírlas desde el monte de mi pueblo, Calzada, cuando el día estaba apacible. “Son las campanas de Ayoó”, me decían mis padres. También es verdad que se tocaron de todas formas y por multitud de campaneros, como todas las campanas de todos los pueblos, había diferentes toques porque era necesario avisar de las diversas actividades, algo obsoleto hoy día. Pero también es cierto que todo tiene su fin, y una se rajó y la otra estaba tan deteriorada que aconsejaba cambiarse y así quedar las dos nuevas, como efectivamente se hizo. Lo que no es verdad es que tuvieran valor, aparte del nostálgico y sentimental para los ayoínos, valor histórico, ninguno. Y no es que yo sea un entendido en el tema, me remito a los consejos de la empresa que las llevó y fundió en las que tenemos, Campanas Quintana, de Saldaña, de reconocido prestigio nacional e internacional. Como certificaron que no tenían más valor que su peso en bronce, NO LAS BAJARON DEL CAMPANARIO, SI NO QUE LAS TIRARON Y SE PARTIERON EN PEDAZOS CONTRA EL SUELO DE CEMENTO antes de llevarlas, por lo que nadie pudo hacer negocio con la antigüedad. También es verdad que todo el pueblo conoció la situación de las campanas, y con el ofrecimiento de la Sociedad de Cazadores y el ayuntamiento, con Rafa al frente, corriendo con los gastos, se hizo posible el cambio. Quiero recordar que se colocaron para un San Isidro, el del año 1991, un día memorable en la reciente historia de Ayoó, por la comida de hermandad que hubo a la puerta del ayuntamiento para todos, con lo que cada uno buenamente pudo aportar. Y lo recuerdo perfectamente porque yo fui uno de los que nos pusimos al servicio de los campaneros para ayudar en lo que hiciera falta, y de los primeros del pueblo en voltear las nuevas campanas. También quiero decir que nadie se ha jubilado en el oficio de campanero, el que quiere tocarlas las toca y yo sé de quien no va a misa pero le gusta subir a repicar. Creo incluso que hay hasta afición y últimamente ningún domingo se queda sin media hora de toque a misa. Y si todavía queda algún escéptico le sugiero que pregunte, que el tema se llevó con total transparencia y se pueden ver incluso las facturas pertinentes.

lunes, 2 de mayo de 2011

La campanilla




En lo alto de la torre, nuestra campanilla se ha quedado muda. Ya no puede llamar alegre a los feligreses; la “seña” ya sólo resonará en nuestro recuerdo. Una grave enfermedad llamada grieta, mortal para las campanas, ha aconsejado su jubilación y con ella su silencio. Nada ululará en su auxilio porque no hay hospitales para su mal. Y es que cualquier tipo de cura agravaría la herida, y la única receta para su tratamiento se llama resignación. Se la aplicaremos con abundancia, y añoraremos su canto, trabajo que realizó fielmente desde su remoto nacimiento en el año 1662, como indica su piel de bronce. También lleva grabado en relieve el dulce nombre de MARIA, y por Ella invitó con su aguda voz infinitas veces a rosario. Desde su atalaya conoció decenas de generaciones, cientos de cambios, miles de detalles que a no ser por su afonía gustaría de relatar en éste su largo retiro. ¡Quédate tranquila, campanilla!, ya no te marearemos más. Demasiados tañidos nos has dado desde tu alto pedestal como para pedirte en tu enfermedad algo más que reposo. Pero cada día, siempre que la luz ilumine nuestros ojos, míranos y recibe nuestras miradas de agradecimiento, que para ti, siempre lo tendremos en exceso.