Las máquinas son monstruos crueles carentes de sentimientos.
En poco tiempo de sus garras metálicas hemos visto el destrozo en una de las
zonas más románticas de nuestro pequeño pueblo… pueblo.
Primero fue la agónica
fuente de la iglesia, icono ayoíno ya del pasado, saciadora de secaños,
colmadora del pilo, regadora de todo Prepalacio y alimento de costumbres, como
las de detenerse ante los caños para lavar manos y cara, aunque estuviesen
limpias, beber sin sed, admirar su continuo correr y salpicar, o zambullirse en
sus aguas almacenadas por la fiesta de San Bartolo. Las máquinas actuaron a
sabiendas de atentar contra la estética y la indulgencia de todos respecto a la
figura y composición de la no tan vieja aguadora. Un frío e inexpresivo muro de
hormigón recogió el mismo manantial y lo deposita en el mismo sitio, pero todos
sabemos que ya no es lo mismo, y que tardaremos en cogerle cariño, si acaso
acaba mereciéndolo.
Ahora acaba de caer su vecina, la valla pétrea de la huerta
del cura, la que lucía una melena de tupida hiedra que cada año un vecino se
preocupaba de recortar para parecer, consiguiéndolo, más esbelta y hermosa.
Otra máquina hundió sus fauces en tan frágil cerramiento, levantado con las
piedras acarreadas desde la sierra o la peña, barro de los alrededores de
nuestras cuevas, pajas trilladas en las eras y amor de canteros. Nulo esfuerzo
actual para tanto sufrimiento y sudor pasados, claro ejemplo de la ley del
embudo.
Siento ambas pérdidas, el entorno de nuestra iglesia con este par de
obras cambiará demasiado, para mi gusto no para mejor, y es solo una opinión
parcial, coaccionada por el respeto y la pasión que me ha infundido la
construcción tradicional. Ninguna necesidad aconsejaba estos cambios, quitarle a
un pueblo sus cosas de pueblo es como quitarle el color a la leche. La fuente
nueva será copia de otras fuentes…, la antigua era más o menos bonita… pero
única y original, y ahí está el valor que se fue por el desagüe y a la
escombrera. La valla de piedra estaba torcida, la puerta rota, en el huerto
reinaban las zarzas… pero pienso que quizás algunas veces deberíamos dejar de
modernizar lo natural, o acabaremos con la naturaleza.
¿Una plaza?, ya tenemos
y no necesitamos más, ¿un jardín? para eso no hacían falta destrucciones, ¿un
parque? lo tenemos y no usamos, porque vivimos rodeados de uno, enorme y
maravilloso, que es el pueblo que queremos convertir en… no sé qué. A fuerza de
querer presumir acabamos confundiendo, y cuando a nuestro pueblo le hayamos cambiado
estas cosas, dejará de ser pueblo para tampoco ser ciudad; perdiendo su
identidad.
Llamadme retrógrado, antiguo, enemigo de actualizaciones y
modernidades, pero es que si quisiera vivir entre asfalto y edificios de acero
y cristal no viviría en Ayoó, tengo que decirlo, este querido pueblo. Las
máquinas, decía, no tiene sentimientos; su corazón permanece frío hasta que una
chispa lo despierta en medio de un trueno, para que sus venas recobren la
abrumadora energía del fluido hidráulico. Luego la destrucción… y de nuevo el
frío. Quien sabe, si de tener sentimientos y potestad algunas veces no
aportarían su objeción de conciencia para evitar tanto estrago y cicatriz.
Perdón, hoy estoy tan triste como el día, lluvioso, y mi blog ha querido
escucharme. A lo mejor en lugar del botón de “publicar” el correcto hubiera
sido “borrar”, y a lo peor pronto lo haga. En fin, adiós fuente de piedrecitas
de cuarzo, adiós huerto del cura, y si no queda más remedio… bienvenido, don
hormigón.
P.D.- Es cierto, demasiado sentimentalismo; mañana seguro
que lo veré de otra forma. Ánimo con los cambios; decía Buda (-600 a. C.) que "Siendo
reconocido que las cosas han de transformarse, todavía hay quienes se aferran a
ellas...", parece ser que hablaba de mi…