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domingo, 22 de febrero de 2015

El antruejo de Alixa (Alija del Infantado)






Una treintena de figurantes y el patio de un castillo de finales del medievo: interesante mezcla, bien sazonada con tradición ancestral, para disfrute de cuantos se acercan cada año a Alija del Infantado el sábado previo al Martes de Carnaval. Acontecimiento declarado Fiesta de Interés Turístico; merecidamente, esa es la sensación general del público, tras ser arte y parte en el desarrollo de una representación arcaica. A mi modo de ver, se debe de entender y valorar, desde algunas fases claras, la evolución de este un rito milenario.


Así tenemos un ejemplo de sincretismo y otro de adaptación para espectáculo. El primero sería la convivencia con las ceremonias cristianas, con inclusión de personajes y monumentos religiosos como son Doña Cuaresma y la Iglesia de San Verísimo, y elementos laicos, como son la Corregidora o el Castillo-Palacio. El otro es la representación para un público, como llamada turística, concentrando en un solo punto lo que antaño ocurría por todo el pueblo. Esto último ha requerido la vuelta al origen, al fundamento, a la rareza que lo hace ser un antruejo único y especial.


La historia comienza en Alixa, poblado celta precedente a la actual Alija del Infantado, situado en el patio amurallado del castillo, aderezado con varios elementos típicos: sobre las hogueras penden los calderos para cocinar, las pieles secan sobre bastidores, y símbolos y talismanes marcan límites a la aldea. Aparece la figura del druida, un sacerdote con largo sayo de lino que cubre con pieles la cabeza; en voz alta invoca a los dioses solicitando protección, avisando del inminente peligro que solo él puede presentir. Entonces el Gran Jurru despierta de un sueño anual y convoca a sus guerreros. Cada vez más nerviosos y agitados aparecen por todos los rincones para reunirse en torno a su líder. Sobre las vestimentas blancas ciñen un fajín rojo, y correas sujetando esquilas y cencerros. En sus cabezas melenudas despuntan diabólicos cuernos, y poblados bigotes y barbas indican desaliño y dejadez. En el desfigurado rostro resaltan bocas y ojos sangrientos, henchidos por el odio. Con destreza manipulan largas tenazas provistas de dientes de sierra, diseñadas para agarrar y no soltar. Sus atributos son el fuego, la bronca, la burla o cualquier tropelía que acabe con el silencio y la paz. El mensaje que reciben del Gran Jurru es claro: deben salir a jurrar por Alixa. Con sus saltos, carreras y andares cómicos recorren el poblado, armados con sus tenazas, incomodando a los castrones, sus pacíficos moradores. Harto de los desmanes, el Castrón Mayor reta a luchar al Gran Jurru contra su mejor guerrero. La lucha es intensa, sin reglas, a muerte; pero acaba prevaleciendo el castrón, obligando al malvado Jurru y a sus secuaces a deponer las armas y rendirse, siendo conducidos a las mazmorras del castillo, y después, sin juicio previo, condenados al averno eterno. En otro tiempo, el jefe era después quemado colgado de un árbol.


Es fácil sentirse castrón al verse amenazado por los Jurrus. Pero también es bueno saber como se siente un Jurru, así que he recurrido al testimonio de una incondicional figurante: María Guadalupe Martínez. Amablemente nos explica el ritual de la vestimenta y de la fiesta en general. La camisa es de “tirillas”, sin cuello, y como el calzado, los guantes y los calzones, todo debe ser blanco. Antiguamente parece ser que el fajín podía ser un “pañuelo de Tiber”, pequeño mantón o pañuelo de hombros en el que prevalece el rojo. Un pañuelo blanco también rodea el cuello, las orejas y el cabello; es necesario ocultar por completo cualquier rasgo para no ser reconocido. Por último, las máscaras, llamadas popularmente “carantoñas” eran de madera, labradas a mano, sustituidas posteriormente por las de cartón, más ligeras y fáciles de construir. María nos describe la fiesta completa, las comparsas del lunes por la mañana, y los quintos corriendo tras la gente, especialmente las mozas, para untarle la cara con tizones, o últimamente con pintalabios. El martes era el día grande, en el que junto a los jurrus participaban antruejos y un “toro”. Y el miércoles se celebraba “el entierro de la sardina” para concluir la fiesta.


Es una tardía mascarada de invierno representando la trama clásica: el fin del invierno, sus días cortos y fríos y el comienzo de la primavera fertilizadora; el conflicto entre orden y caos con final feliz. Entre disfraces con feas máscaras, sonoros cencerros, pieles y amuletos, con declamaciones propias de aquella era, y con grandes dosis de alegría e ilusión, el espectador se ve atrapado y obligado a participar, nadie queda indiferente. Una permanente banda de percusión pone ritmo étnico al acto, y unos cuantos fuegos luz y calor. Se dice que puede ser uno de los carnavales más antiguos de la península, y razón no ha de faltar. A la vista está la evocación a otros tiempos, otras culturas. Es llamativa, por ejemplo, la presencia en escena de un maestro de ceremonias, invocando a los dioses para pedir ayuda, que nos recuerda al druida, mezcla de sacerdote, juez y hechicero, indispensable en el orden comunal celta. Las pieles que adornan el poblado, las polainas de los Jurrus o que cubren los Castrones, son vestigios de la actividad ganadera de los pueblos astures, mucho más importante que la agrícola. Pero las vestimentas blancas revelan otro rasgo: conocían, cultivaban y tejían el lino. Las máscaras de los jurrus provocan más recelo que miedo, es la encarnación del mal presente en todas las culturas, el eterno juego entre lo bueno y lo perverso. En un par de horas, y fieles a la etnografía, vemos como tras un antruejo se esconde una gran historia que los alixanos se empeñan cada año en recordarnos.


Como en los buenos acontecimientos, la despedida al público se hace con dulzura, en forma de chocolate y pastas. Buen sabor de boca, también literal, nos hemos llevado de Tierras de La Bañeza de parte de los vecinos de la vieja y nueva Alixa. El año que viene es menester volver; os invito, de corazón, a pasar un rato ameno reviviendo curiosas costumbres ancestrales, únicas e imprescindibles en la historia de nuestra comarca.


Antruejo de Alija del Infantado, tradición en estado puro.






























Reportaje televisión 8 León

                      

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