eltijoaquin@hotmail.com - facebook.com/El Ti Joaquin

viernes, 12 de mayo de 2017

La romería de Santa Elena, Felechares.









Bien pudo ser un día tal como el de hoy, soleado y primaveral de mayo, cuando un carro traqueteaba cuesta arriba por una rodera ensombrecida de robles, acolchada de sus hojas caídas. Entre ellos destacaban frondosas matas de “cudesos, escobas, carqueisas, terriegas”… una florecida postal para envidia del propio arco iris. Delante, un labrador hijada en mano, corregía las vacas que casi a cada paso lanzaban bocados a las tiernas hierbas que bordeaban el camino. Incontables pájaros competían por el mejor trino, mientras saltarines animalillos venían a ver el ruido que se acercaba y luego escapaban como si se hubiesen asustado; era el juego de cada día, y sus participantes se lo sabían de memoria.

Dice el cuento que el hombre era de Ayoó, y que volvía a casa a media mañana desde Felechares después de quien sabe qué; el caso es que poco antes de llegar a lo más alto, donde empieza la Chana, un escalofrío recorrió su cuerpo al encontrar al lado del camino una pequeña imagen, bien vestida, y que llevaba una cruz al hombro. No la podía dejar allí, tampoco llevarla a Felechares porque se le haría tarde, así que decidió subirla al carro y continuar camino; ya se decidiría qué hacer con ella. Al llegar al primer vallecito, donde la fuente de Valluengo, volvió la vista al carro para comprobar si su extraña carga seguía en perfecto estado, y maldijo al verlo vacío; la había perdido. Dio la vuelta, no debería estar lejos, aunque tuvo que llegar al mismo lugar que la encontró y en la misma forma. Doblemente extrañado la volvió a cargar y continuó viaje para Ayoó. Al rato su carro de nuevo apareció vacío, por lo que, ya atónito, volvió sobre sus pasos a ver ahora dónde había quedado, haciéndole retroceder hasta el lugar original. Por tercera vez la subió al carro y por tercera volvió al sitio, así que dejando cuanto llevaba al lado de aquella misteriosa figura, bajó corriendo a Felechares, contó lo sucedido, y todos a una levantaron allí una ermita, en la que desde entonces reposa, es bajada al pueblo para venerarla y se le celebra romería en sus alrededores.

Mucho tiempo más tarde, dice otro cuento que un ladronzuelo, también armado de vacas y carro, por la fuerza abrió la ermita, robó a Santa Elena e intento llevársela, pero al subirla al vehículo, éste y su tiro comenzaron a hundirse en el terreno y fue imposible moverla del sitio. Así que la devolvió a su lugar y se arrepintió de su comportamiento, al darse cuenta del “peso” de esa imagen en la Valdería.

La imagen de Santa Elena, y su morada, pertenecían al pueblo de Tabarilla; que al desaparecer, y vuelve el cuento, fue repartido su terreno entre los pueblos vecinos, Pobladura y Felechares. Parece ser que hubo fuertes riñas, y posterior litigio por la propiedad de la ermita, algo que llegó a oídos del señor Obispo. Éste, en un juicio salomónico, mando medir la distancia entre las torres de las iglesias a Santa Elena, y quien estuviera más cerca se quedaría con ella. Hecha la medición le correspondió a Felechares, dicen que por el largo de una “galocha”(1,270 Km. a Felechares frente a 1,550 Km. a Pobladura, aproximadamente según SIG-PAC; la supuesta “galocha” medía por lo menos 280 m de larga).

Más curiosa fue la desaparición de Tabarilla, y vuelve de nuevo el cuento con un extraordinario suceso nunca visto: un gallo puso un huevo. Unos dicen que del huevo nació un “bicho”, otros que se mezcló con los de gallina y se comió; el caso es que por mirar el “bicho” a los ojos, o por no poder digerirlo, una rarísima epidemia jamás conocida atacó a los “tabarillenses” causando gran mortandad, obligando a los supervivientes a abandonar casas y pertenencias para salvar sus vidas. Dicen que el cura fue de los primeros en fallecer; por lo que el sacristán se encargó de dar cristiana sepultura a sus vecinos. Lo malo es que el hombre no sabía leer ni escribir, por lo que no pudo usar los libros sagrados, así que compuso esta cantilena, que recitaba con solemnidad en cada entierro:
  
Si estás en el cielo, bien estás,
si estás en el purgatorio, ya saldrás,
Si estás en el infierno, no hay redención,
"kirieleisón, cristeleisón",
amén.

La de Santa Elena fue mi primera romería. De ella guardo un hermoso recuerdo, sobre todo por mi familia reunida, sentados en el suelo sobre una manta de campo, compartiendo la comida, entre la que no podía faltar la tortilla de patatas que a mi madre le quedaba tan rica. Se celebra el domingo más cercano al día de la Santa Cruz, el 3 de mayo, y quizás porque alguna vez coincidiera en mi cumpleaños, el 4, siempre la tengo presente. Una de las primeras menciones históricas de éste lugar lo podemos encontrar en un documento del rey leonés Alfonso VII, fechado en enero de 1154, que nos habla de la “incruzeladam (encrucijada) de Sancta Elena”.

Me encanta la literatura popular y oral que se desarrolla en torno a nuestros lugares místicos: cuentos que nacen y se pierden, o se repiten o transforman a la par de la evolución de las generaciones. Cuando en otro tiempo hacían volar la imaginación, o resultaban incluso didácticos, hoy apenas arrancan una sonrisa de condescendencia. Para entretener a ese niño que todos llevamos dentro, yo quiero que me los cuenten, y contarlos como buenamente sé, más que nada para que no se olviden porque han formado parte de nuestra esencia. Es la gran riqueza cultural a la que hay que sumar edificios, imágenes, vestimentas, y otros objetos de arraigo popular, como son también los ramos y Pendones, que pudimos ver esta pasada mañana de mayo; es lo que alguien llamó folklore que tanto distingue y a la vez enriquece los pueblos. 

Preciosa y a la vez sencilla romería de Santa Elena, Felechares de la Valdería, León.

Para vivirla, sin más.












Informante: Cesáreo Aldonza.
Aporte poético: un servidor.


No hay comentarios:

Publicar un comentario