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domingo, 22 de abril de 2018

Echamos las campanas al vuelo, también en Vidriales.



Es una pena, la gran cantidad de tradiciones que hemos perdido, o dejado de renovar, en las últimas décadas en nuestra comarca. La más “sonada”, sin duda, es la de los toques de campana. Recuerdo de niño, a principios de los 70, que el toque era prácticamente diario. Las campanas organizaban la vida social y colectiva del pueblo, conectando con todos al mismo tiempo no importa donde estuvieran.

Aprender y distinguir los diversos toques era un lenguaje más para enseñar a los niños, el lenguaje de los sonidos. En ellos influía la hora solar, la época del año, o el evento a anunciar. Con las primeras campanadas era fácil saber si había que soltar el ganado, reunirse en concejo, prepararse para misa o rosario, coger los calderos y salir corriendo al incendio, informarse del mediodía, salir a trabajos comunales, o conocer el fallecimiento de un vecino, entre otros sucesos. Algunos toques son tan increíbles como el ya perdido por completo en mi pueblo natal, Calzada de la Valdería; uno de los varios sitios donde se tañía la campana con la esperanza de alejar los efectos dañinos de las tormentas. Sin electricidad, sin mecanismos, solo volteando o tirando rítmicamente de una cuerda. Seguramente, de esa cuerda venga el nombre del más tristes de los toques, “encordar”, palabra recogida en el diccionario de la RAE como propia de León, Zamora, Salamanca, Valladolid y Palencia, la última ordenación del territorio de la región leonesa. En su cuarta acepción dice de “encordar”, dicho de una campana: tocar a muerto.

Los toques de campana son una tradición mantenida desde tiempos inmemoriales. Dice un viejo refrán que “las campanas y el Pendón, del pueblo son”. La propiedad queda aclarada, no en vano ha sido la comunidad quien ha sufragado sus costes. A sus toques se ha reunido siempre el bien común; políticos o apolíticos, religiosos o laicos, o todos a la vez, sin importar nunca que estuvieran situadas en torres de iglesias, u otro muro. La neutralidad hecha sonido.

Muy poca gente tenía, o tiene, esa especial habilidad mezcla de fuerza y ritmo que hace los toques agradables al oído; son los llamados campaneros. Los demás, entre los que me incluyo, simplemente aporreamos las campanas. Solo hay un toque igual para todos los campaneros, el más fácil, el más sonoro, y el más espectacular: el volteo. El resto de toques son propios de cada pueblo, una herencia musical a la que cada cual inevitablemente añade su saber hacer. Era personalizar los toques, y pasar al recuerdo como “aquel que tocaba tan bien las campanas”.

El tañido de campanas es un lenguaje universal de rápido aprendizaje, es un sonido que influye en el ánimo y la emoción personal. El melancólico toque “a muerto” tiende al silencio, a sobrellevar la pena; efecto totalmente opuesto al toque de fiesta, alegre, provocador. O el rabioso toque “a fuego”, que acelera el paso, que mentaliza de antemano la desgracia, es antagónico al de llamada por otros menesteres, cadente y tranquilo. Con la pérdida de estas costumbres, parece talmente que los pueblos, además de viejos, se están quedando sordos, y mudos.

El año 2018 ha sido declarado Año Europeo del Patrimonio Cultural, por lo que varias asociaciones se han unido para solicitar a la UNESCO el reconocimiento del toque de campanas  como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Me parece correcto, así que, con el permiso debido y creo que en representación de nuestro valle, desde su corazón “echamos las campanas al vuelo”, como reza el eslogan de ésta hermosa iniciativa.

Era sábado, 21 de abril, mediodía, y como siempre se hizo, algunos campaneros del Santuario de Nuestra Señora la Virgen del Campo dejamos momentáneamente nuestros respectivos quehaceres para seguir la tradición. Sólo quince minutos, que como siempre supieron a gloria, pero con la sensación que toda Europa sonaba al unísono. Ojalá hiciéramos esto más a menudo, comunicarnos en el idioma ancestral y universal simplemente para decir que seguimos unidos.

Desde Vidriales, nuestro aporte:



jueves, 5 de abril de 2018

Treinta años y un nieto.


Que diga esta poesía,
meditada y serena,
lo que ha sido, mi amor,
junto a ti mi condena.

Son treinta años y un nieto,
y hora de hacer la cuenta,
que empezó un cuatro de abril
siendo ya primavera.

Compartimos destino
conocidos apenas;
yo nunca vi a Cupido,
por ti sé de sus flechas.

Uno, dos, y luego tres
veces brotó la siembra,
y la casa a rebosar…
qué bonito… ¿te acuerdas?

Si, hubo temporales,
como vienen se alejan,
lo importante es taponar
las vías de agua que dejan.

Nos maduró el verano
de golpe la cosecha,
y el nido se vio solo
sin casi darnos cuenta.

Tranquila, sabrán volver,
hay un faro en la puerta,
y un ancla amarra el patio,
sujeta a una cadena.

Vivimos ya el otoño,
de la mano, con fuerza;
cuando un hombro es otro hombro
sobran todas las letras.

Sólo queda el invierno,
y ésta es mi sugerencia:
con que sea a tu lado,
que venga como quiera.


-----ETJ-----